Discurso pronunciado por el Dr. Osvaldo Gozaíni

Acto de colación de grado del día 27 de junio de 2008

Sr. Decano, Sres. Profesores, señoras, señores, graduados:

Nos reunimos hoy para celebrar uno de los momentos más inolvidables en nuestras vidas. Haber alcanzado el objetivo deseado bajo el ensueño de ideales y promesas, comprometido con los más altos valores de la responsabilidad individual y producto del esfuerzo, la tenacidad y la perseverancia encolumnada tras un trabajo metódico y sistemático. Quizás sea ahora, en este momento y en esta oportunidad del festejo, con la emoción justamente de este tiempo y la reflexión serena que permite soñar el futuro, es cuando debamos responder el sentido cervantino de lo que significa ser abogado.

Seguramente muchos se habrán guiado por el modelo de sus padres profesionales, siempre los mejores tutores para el ejemplo. Otros, se habrán ilusionado con la enseñanza vital de nuestra profesión, la defensa de las personas, con el compromiso de una sociedad justa e igualitaria. No habrán faltado quienes en esta senda, habrán encontrado el derrotero de justamente luchar contra la injusticia, para que cada uno tenga lo suyo. Y así como habrá estado allí siempre presente también la vocación de ser abogado. Pero, ¿sabemos el significado o el sentido social que tiene ser abogado? En el alma de la toga ser abogado no es saber el Derecho, sino conocer la vida. El Derecho positivo está en los libros, pero lo que la vida reclama no está escrito en ninguna parte. Quien tenga previsión, serenidad, amplitud de miras y de sentimientos para advertirlo será abogado. Quien no tenga inspiración ni más guía que las leyes, será un desventurado mandadero.

La justicia no es fruto del estudio sino de una sensación. Por eso cuenta el ilustre novelista Henry Bourdieu que al visitar a Godé e informarle que era un estudiante de Derecho, dijo: “las leyes, los códigos no deben ofrecer ningún interés. Se aprende a leer con imágenes y se aprende la vida con hechos. Procure ver y observar. Estudie la importancia de los intereses en la vida humana”. Justamente, esta sensación de justicia debe impregnar también la razonabilidad y prudencia de vuestros consejos futuros. No habrá justicia cuando se oiga sólo a una de las partes. No habrá justicia cuando la igualdad no esté presente. No habrá justicia cuando la política elimine la racionabilidad de lo justo. No habrá justicia cuando el beneficio social no sea equitativo. No habrá justicia cuando el sometimiento a la ley se crea por resignación. No hay justicia, cuando hay resentimientos. No hay justicia cuando se pierde la confianza en la ley. No hay justicia cuando dejamos de escucharnos unos y otros para privilegiar los beneficios hipotéticos del silencio.

Entonces podemos preguntarnos, ¿ser abogado es trabajar sin pasiones porque nuestra tarea es siempre objetiva? Mi respuesta es la misma de Ángel Ossorio: “el abogado actúa sobre las pasiones, las ansias, los apetitos en que consume la humanidad, pero si su corazón es ajeno a todo ello, ¿cómo lo va a entender su cerebro? Quien no sepa del dolor, ni comprenda el entusiasmo, ni ambicione la felicidad, ¿cómo acompañará a los combatientes? Por la palabra se enardecen o calman ejércitos y turbas. Por la palabra se difunden las religiones, se propagan teorías y negocios, se alienta al abatido, se doma y avergüenza al soberbio, se tonifica al vacilante, se viriliza al desmedrado. Unas palabras -las de Cristo- bastaron para derrumbar una civilización y crear un mundo nuevo.

Los hechos por eso tienen en sí mucha más fuerza que las palabras. Pero sin las palabras previas, los hechos no se producirán. Vuelvan siempre al alma de la toga. Nos hallamos tan habituados a pensar mal, y a maldecir que hemos dado por secas las fuentes puras de los actos humanos. Gran torpeza es esta. Las acciones todas, y más especialmente las que implican un hábito y un sistema como las de ser abogado, han de cimentarse en la fe, en la estimación de nuestros semejantes, en la ilusión de la virtud, en los móviles levantados y generosos. Quien juzgue irremediablemente perverso a los demás, ¿cómo ha de fiar en sí mismo, ni en su labor, ni en su éxito?

Hay que poner el corazón en todas las empresas de la vida. Seguramente quienes hemos sido profesores, hemos querido orientarlos en esta tarea, y si comprenden ahora esta empeñosa tarea nos iremos gratamente satisfechos por el deber cumplido.

Mis felicitaciones a las familias, sin cuyo apoyo muchos de los que hoy enarbolan hubiera sido mucho más difícil. Disfruten este tiempo, y que la suerte acompañada con la responsabilidad, los acompañe siempre.

Muchas gracias y felicitaciones.