Discurso pronunciado por el Dr. Marcelo Gebhardt

Acto de colación de grado del día 9 de marzo de 2018

Marcelo Gebhardt

Marcelo Gebhardt

Buenas tardes a todos. Señores secretarios y autoridades de la Facultad, señores profesores que hoy nos acompañan para hacer entrega de los diplomas, señores abogados, traductores públicos, profesores para la enseñanza media y superior en ciencias jurídicas y procuradores que hoy reciben sus títulos.

Señoras y señores, por pedido expreso del señor Decano Alberto Bueres me toca ocupar esta tribuna para celebrar con ustedes, los jóvenes graduados, la entrega de sus títulos ganados y bien merecidos. Además queremos, con este acto, recibirlos a los abogados, a los profesores y a los procuradores en la comunidad profesional; también a los traductores y desearles el mayor éxito y ventura en el ejercicio de sus tareas y en el desarrollo de sus proyectos.

Es una ocasión festiva pero también formal, como lo indica este salón. Y eso permite que reflexionemos sobre nuestra misión en la sociedad. No solo porque un momento inaugural como este es siempre propicio para mirar para adelante, sino porque también es esa sociedad la que con su esfuerzo contribuyó decisivamente a vuestra graduación. Y es quien sostiene nuestra preciada Universidad pública y gratuita. Y en particular a nuestra querida Facultad de Derecho.

Los recién graduados son un ejemplo de sacrificio personal. No es casualidad que hoy hayan venido a acompañarlos sus padres, novias, novios e incluso hijos en algunos casos. Sus seres más cercanos. Y si ustedes expresan un ejemplo de esfuerzo y de talento parece aconsejable que tomemos esa ejemplaridad y se la propongamos al resto de la sociedad para que no se deje abandonar a los criterios pesimistas o agoreros que se le proponen a diario.

Debemos utilizar esto que hoy celebramos, esta ocasión tan principal para todos ustedes para proyectarlo como un camino posible en la búsqueda de una sociedad justa y solidaria.

Los títulos que hoy reciben, que certifican sus estudios y conocimientos, son más, mucho más que una habilitación para actuar en los tribunales o en las traducciones o mediar en litigios con los ciudadanos.
El abogado sobre todo, hoy debe ser un operador calificado de la paz social. Tiene como misión esencial ejercer el Derecho como presupuesto de la realización de la justicia y consecuente preservación de la dignidad del hombre.

Los otros graduados -no abogados- que hoy reciben sus títulos de esta Facultad están comprendidos igualmente en la misión importante de insertarse en las sociedades, en la sociedad, en nuestra comunidad al servicio del bien común.

Estas formulaciones pueden parecer un poco teóricas o de circunstancia pero tienen gravedad, tiene intensidad en estos tiempos donde los roles profesionales sufren el descreimiento de una sociedad que está castigada por la mentira, por la corrupción y la inequidad social. Es paradójico que ni la nuestra ni la mayoría de las profesiones liberales conserven la consideración de la sociedad que con sus propios recursos, como decía, prodiga los elementos para que nosotros podamos hoy celebrar esta entrega de títulos. Hemos perdido prestigio, sí. Y hemos caído en una crítica que peca de generalizaciones y desesperanzas en el hombre pero no somos ajenos ni inocentes de esa crítica. Desde estos claustros, de los cuales ustedes hoy egresan, no pudimos revertir ese desánimo. Quizás no logramos en la tarea docente, o por falta de convicción, probablemente, inculcar nuestra fuerza, nuestra esperanza para una sociedad mejor.

Esto es de algún modo una autocrítica, pero me permito proponerles que pongamos nuestra atención y empeño en evitar ese agobio, y evitar el desencuentro entre los argentinos. Los convoco a ayudar a superar las divisiones que hoy enfrentamos realzando el orgullo de nuestras profesiones – de la abogacía en especial – con el propósito de que demos frutos extendidos en la tarea de afianzar la justicia y con ella elevar a nuestros conciudadanos a la dignidad que merecen.

Solo una convivencia pacífica y respetuosa nos irá dando el ámbito necesario para lograr esa sociedad más solidaria. Y para esta importante propuesta yo quiero convocarlos en nombre de esta Facultad para que abracemos nuestras profesiones con la convicción de que está dirigida a lo más excelso de la creación que es el hombre, que necesita convivir en paz, crecer para su elevación como ser digno y trascendente. Los convoco a evitar que se vea nuestra profesión como un modo de enriquecernos personalmente y, en cambio, la podamos exhibir con nuestra propia conducta como un instrumento de realización humana, no solo individual sino centralmente en lo social. No habrá realización del hombre en una sociedad frustrada. Los convoco al trabajo y a la capacitación permanente. Solo de ese modo seremos eficientes para contribuir a ese mejoramiento que les propongo. Los invito a que con ese objetivo no se despidan hoy de esta Facultad. Nosotros los profesores vamos envejeciendo. No hemos crecido nosotros como probablemente si ustedes, palpitando desde la juventud la revolución tecnológica ni asistiendo a este estallido de las comunicaciones. Ustedes tienen, por eso, un adiestramiento especial, distinto, mejor al nuestro. Y por eso los necesita nuestra Universidad. Quizás más que a nosotros. Los necesita como futuros profesores, como investigadores. La innovación es imprescindible y ella es impulsada por los jóvenes más que por los que estamos más cerca de la puerta. Nuestra Facultad, por ejemplo, ha reestructurado su carrera docente para que en ella puedan desenvolverse los graduados recientes que algún día, probablemente más cercano de lo que lo imaginamos, nos reemplacen. Y vayan formando luego los nuevos profesores. La universidad además les reserva, no lo olviden, un sector importante de la actividad. Los graduados están llamados en nuestro estatuto a ocupar un rol conductivo que se vincula precisamente con la necesidad de no perder contacto con el requerimiento de los ciudadanos que recurren a la asistencia del abogado o de los otros profesionales. Quiero conjurarlos en una consigna, estimados graduados: que el interés y los derechos cuya defensa nos sean confiados nunca puedan secundarizarse en pos de un logro personal o propio. Así, de algún modo, lentamente iremos persuadiendo a la sociedad de que habernos facilitado el acceso al conocimiento y a este título que hoy toca que les entreguemos, fue una gran idea que tienen la educación y el conocimiento como instrumento eficaz para superar el desencanto y la desesperanza que les mencionaba al inicio.

Quiero proponerles que la verdad sea su pasión y el bien común su objetivo personal. Quiero convocarlos a que se conviertan en artífices de la concordia y de la tolerancia; que aprendan a dialogar y a convivir en Democracia. Solo así podemos superar esta sociedad crispada y reclamante. Rechacen siempre los caminos tortuosos del soborno, de las componendas. Que los reconozcan por su amor a la justicia.

Que se los visualice intransigentes ante cualquier atropello a los derechos que la Constitución concede a nuestros ciudadanos. Que vuestros padres, hermanos, esposos, novias, novios –hijos quizás- que los rodean en esta celebración, puedan enorgullecerse al verlos luchar por la verdad. No callen frente a la corrupción, no olvidemos que nuestra voz debe ser todavía más firme y nuestro esfuerzo mayor cuando defendamos a los débiles y a los más vulnerables.

Señores, bienvenidos al noble desafío de luchar por la justicia. No se convoca a cualquiera a esta tarea. No los llamamos a una tarea fácil. Deben defender la verdad como les dije. Pero ese es el orgullo con el que ustedes celebraran la profesión que hoy abrazan.

Felicitaciones señores graduados.