Discurso pronunciado por el Dr. Marcelo Gebhardt

Acto de colación de grado del día 10 de agosto de 2007

Sr. Decano, Sr. Vicedecano, Sres. Secretarios, Sres. Profesores, Sres. Abogados que hoy obtienen su graduación, Sras. y Sres.

Ocupo hoy este lugar para dirigirles la palabra por invitación del Decano. Se trata sin duda de un espacio que le es propio, pero que lo cede a menudo a distintos exponentes de ideas diversas del ámbito académico, circunstancia que destaco como reconocimiento a una actitud democrática pero además porque constituye ese gesto amplio un marco propicio para darle la bienvenida a los nuevos abogados.
Este discurso está destinado a celebrar la obtención del título que después de varios años de esfuerzo y aprendizaje la Facultad hoy les confiere.

Tiene también esta alocución el objetivo de recibirlos en la comunidad profesional y desearles a los noveles colegas el mayor éxito y ventura en el ejercicio de sus tareas y desarrollo de sus proyectos.

La ocasión permite superar ese cometido protocolar para que juntos, en este instante de emoción que marca un tiempo importante de vuestras vidas, reflexionemos sobre nuestra misión en la sociedad, no sólo porque el momento inaugural es propicio sino porque también es esa sociedad con su esfuerzo la que contribuyó decisivamente a vuestra graduación y sostiene esta magna Casa de Estudios.

Los recién graduados son un ejemplo de sacrificio personal. No es una casualidad que los estén acompañando hoy aquí los seres más cercanos. Y si expresan ustedes, como creo, un ejemplo bien vale la pena hacerlo trascender para que el resto, y nosotros mismos sigamos luchando en pos de una salida hacia una sociedad más justa.

Nuestro título, que certifica ciertas habilidades y conocimientos, es mucho más que la habilitación para actuar en los tribunales y mediar en los litigios de los ciudadanos. El abogado es antes que nada un operador calificado de la paz social. Tiene como misión esencial ejercer el Derecho como presupuesto de la realización de la Justicia.

Estas formulaciones pueden sonar teóricas o de mera circunstancia en este momento tal peculiar y festivo. Pero tiene una enorme gravedad en estos tiempos donde los roles profesionales sufren el descreimiento de una sociedad castigada por la mentira, la corrupción y la inequidad social.

Es paradójico que ni la nuestra, ni la mayoría de las profesiones, conserven la consideración de la sociedad que con sus recursos prodiga esta estructura universitaria para la elevación del conocimiento.

Es evidente que algo hacemos mal. Entonces nosotros, cada uno de nosotros debemos levantar ese desencanto, realzando primero el orgullo de nuestras profesiones y de la abogacía en especial con el propósito de que demos frutos extendidos en la tarea de afianzar la Justicia.

Y para tan elevada propuesta, yo quiero hoy convocarlos, en nombre de nuestra Facultad para que abracemos nuestra profesión con la convicción de que está dirigida a lo más excelso de la creación que es el hombre, que necesita convivir en paz y crecer para su elevación como ser espiritual.

Los convoco entonces: a evitar que se vea nuestra profesión como un modo de enriquecernos personalmente y, en cambio, la podamos exhibir como un instrumento de realización humana.

Los convoco al trabajo y a la capacitación permanente. Solo de ese modo seremos eficientes para que contribuir al mejoramiento de la convivencia pacífica de nuestros conciudadanos.

Los invito a que, con ese objetivo de mejorar nuestras aptitudes no se despidan hoy de esta Facultad. Nosotros los profesores vamos envejeciendo. No hemos crecido como ustedes palpitando desde la niñez la revolución tecnológica ni asistiendo a este estallido de las comunicaciones que les concede a ustedes un adiestramiento natural. Por ello los necesita la Universidad, quizás más que nosotros, como futuros profesores, como investigadores.

Nuestra Facultad se encuentra en estos días precisamente reestructurando la Carrera Docente para que en ella puedan desenvolverse los graduados recientes que algún día nos remplacen y vayan formando los nuevos profesionales que vayan acompañando y comprendiendo estos fenómenos modernos que no cesan de evolucionar.

La Universidad les reserva, no lo olviden, un sector importante de la actividad conductiva. Los graduados estás llamados en nuestro Estatuto a ocupar un rol que se vincula precisamente con la necesidad de no perder contacto con los requerimientos de los ciudadanos que recurren a la asistencia del abogado.

Los invito a que juntos recordemos en una suerte de juramento íntimo y genuino, que el interés y los derechos cuya defensa nos son confiados nunca pueden secundarizarse en pos de un logro personal del abogado. Así persuadiremos a la sociedad de que habernos facilitado el acceso al conocimiento y a este título que hoy les entregamos no fue vano.

Los aliento a que se conviertan en artífices de la concordia y de la tolerancia; que aprendan a dialogar y convivir en democracia. Solo así superaremos esta sociedad crispada y reclamante.

Que los reconozcan por su amor a la Justicia.

Que se los visualice intransigentes con cualquier atropello a los Derechos que la Constitución Nacional garantiza.

Que vuestros padres, esposas o esposos, hermanos y amigos que hoy los rodean en esta celebración puedan enorgullecerse al verlos luchar por la verdad.

No callen frente a la corrupción ni ante cualquier intento de devaluar la Justicia. Y no olvidemos que nuestra voz debe ser más firme y nuestro esfuerzo mayor cuando defendamos a los débiles y a los más humildes.

Solo así logrará aquella exaltación que alguna vez propuso un inolvidable letrado que invitaba a pensar la profesión de tal manera que el día en que un hijo te pida consejo sobre su destino, consideres un honor proponerle que se haga abogado.

Señores bienvenidos al noble desafío de luchar por la Justicia. No se convoca a otros a tan altísima misión sino a nosotros.

Tal vez por ello también hoy están ustedes conmovidos. El deseo de quienes hoy los saludamos es que siempre sientan la emoción de defender la Verdad.