Discurso pronunciado por el Dr. Jorge Reinaldo Vanossi

Acto de colación de grado del día 19 de diciembre de 2008

Es un privilegio tener la oportunidad de poder transmitir a los flamantes graduados algunas modestas reflexiones que emanan de quien está próximo a cumplir medio siglo de haber pasado por estas aulas. Ante todo, es bueno tener en cuenta que la jornada de hoy no consiste en un “acto” más. Lejos de eso, se trata de una “ceremonia” de graduación, donde los recipiendarios del título son laureados, o sea honrados con la condición de abogados, que es la recompensa por el esfuerzo realizado y es al mismo tiempo, el estímulo para comenzar una nueva etapa como profesionales. Al decir que se trata de una “ceremonia”, queremos significar que es una “acción” establecida por normas y por costumbres, para brindar reverencia y honor a un acontecimiento significativamente importante, con toda la solemnidad que éste merece y que le corresponde a un acto público. Con lo dicho, pretendemos remarcar que lo de hoy no es una mera “formalidad”.

El juramento que habrán de prestar a continuación equivale a una invitación para tener una visión promisoria, ya que sin que medie estipulación o pacto alguno que favorezca a alguien en particular, a partir de ahora estará presente el compromiso de defender derechos y libertades. Compromiso es mucho más que promesa; y de lo que se trata es de abarcar el conjunto de los derechos: individuales, sociales, de nueva generación, etc.; y de todas las libertades que forman parte de la dignidad de la persona humana.

En este largo tránsito que se avecina, no deberán arredrarse ante las cisuras que aparezcan en el camino, o sea, las roturas y rupturas que sutilmente se producen en el devenir. Siempre habrá alguna herida en la vena; pero ello no será excusa para la rendición; y de aquí se desprende una primera reflexión: no perder la “identidad”, que es el hecho de ser alguien, de ser el mismo que se supone o procura. Cuando se pierde la identidad, le acontece al abogado -como a todos los demás seres y también a la mayoría de las instituciones- que se alejan de la “pertenencia” y, como consecuencia de ello, la membresía lo desprecia a aquél que borró su identidad.

Intentaré transmitirles algunas máximas para el buen manejo de la triple condición de aptitud, vocación y dedicación que exige el ejercicio de vuestra profesión: 1) De los pensamientos señalados por Ángel Osorio y Gallardo y por Eduardo Couture, hay uno que resume a todos los demás: “No pases por encima de un estado de tu conciencia”, ya que ésta es el límite infranqueable. 2) No caer en la tentación de convertir a la litis o controversia o dictamen propio de la abogacía en el conventillo del escándalo (sic). Afirmaba Popper que debe rehuirse caer bajo la ley de la adicción a las especies picantes, idea ésta que el ilustre pensador referenciaba con el “amarillismo” mediático, aunque también hay una tentación por trasladar esa adicción a una abogacía “amarilla”. 3) Buscar la sustancia de las cosas, no conformándose con la denominación que convencionalmente o caprichosamente se le asignen a las mismas. 4) Guardar siempre la “cortesía” –con los colegas, con los magistrados, con todo el prójimo-, puesto que el “estilo” es anterior y superior que la moda, ya que aquel es perdurable mientras que ésta es pasajera. 5) Que la fuerza del idealismo no enerve el conocimiento objetivo de la realidad, para que no se malogre el ejercicio de esas fuerzas y así se preserve la debida proporción que debe haber entre el medio elegido y el fin perseguido: lo que equivale a la definición misma de la “razonabilidad” que deben contener los actos y las actividades. 6) Recordar que la jactancia y el exhibicionismo farandulesco son efímeros. Lo que vale es marcar a fondo la huella, con tenacidad, venciendo o sobreponiéndose a los interludios “abandónicos” que amenazan con “la quiebra de nuestras certidumbres”.

Breves pensamientos para los que se orienten por distintos senderos. Veamos algunos: Para los que se comprometan con pasión por la efectiva vigencia del derecho, que no se confundan ante declaraciones retóricas, ya que la expectativa de la sociedad es algo mucho más denso y fuerte que la reiteración de “declamaciones” y promesas incumplidas. Viene a colación la advertencia de Ihering, cuando señalaba que un derecho que no se realiza no es tal: podríamos llamar a esto el derecho a la autorealización del derecho. Por su parte, Portalis sostuvo algo igualmente terminante: el derecho es voluntad. Y en nuestro país, al iniciarse la publicación de las sentencia de la Corte Suprema de Justicia de la Nación (año 1863) se prologó la obra definiendo la actitud de los custodios del derecho con el recaudo de su “serena firmeza”.

Para los que toman el rumbo de la judicatura, es necesario que estén dispuestos a aplicar toda la energía jurisdiccional que sea necesaria para que sus sentencias no se transformen en letra muerta. Un acto judicial que no se cumple o no se acata, es toda una frustración. Vale la pena recordar que en el Fuero de Aragón -que fue anterior a la Carta Magna- el magistrado llamado “el Justicia” tenía potestades de ejecución que llegaban al extremo de poder derribar los obstáculos materiales que impidieran el cumplimiento de sus resoluciones, aún frente a la voluntad del Rey. ¿Por qué no aplican todos los jueces las “astreintes” que contemplan el Código Civil (como hacen los jueces franceses); por qué no proceden frente al “desacato” a sus resoluciones con las sanciones que en el derecho anglosajón se aplican por agravio al tribunal (Contempt of Court); por qué no dar cuenta al fiscal de turno de la eventual comisión del delito de desobediencia o incumplimiento de los deberes del funcionario público (Código Penal)? La sociedad argentina espera una pronta respuesta al respecto.

Para los que elijan el camino de la enseñanza-aprendizaje, que tengan presente que: A) La clase no se da, la clase se hace; lo cual implica que es una obra en común, que es una tarea colectiva, que requiere un alto nivel de “participación”. B) Como también reza una máxima: “Temerás a la rutina como a la peste”; lo que exige renovación permanente, actualización constante e imaginación activa. C) No utilizar la cátedra para imponer con temor reverencial la adhesión a las doctrinas del docente: es bueno que el catedrático tenga ideas propias o adhiera a escuelas determinadas, pero es malo y nocivo que pretenda imponerlas, puesto que la libertad de criterio pertenece -en última instancia- a los destinatarios que son los estudiantes. D) Dar testimonio de la existencia de las brechas que median entre el “deber ser” y el “ser”, para no fantasear con panaceas y, en cambio, sí para galvanizar el ánimo y los bríos que son necesarios para achicar ese desconcertante vacío, que tanto desanima al recién iniciado.

Para los que asuman responsabilidades de gobierno, que es otro destino posible para muchos abogados, hay que tener presente la necesidad de actuar de tal manera que se pueda evitar el descreimiento o la indiferencia, tanto como el desaliento y el desánimo. Valga como ejemplo, un famoso debate parlamentario entre un Ministro y un Senador, ambos abogados surgidos de esta Facultad, en que uno de ellos le dijo al otro: “Yo doy razones, pero lo que no puedo encontrar es su entendimiento...”. El gran escritor y humorista inglés Chesterton había dicho algunos años antes, algo parecido, al reprochar a sus contendientes con la siguiente reprimenda: “No es que no puedan ver la solución; es que no pueden ver el problema...”. Hay que recordar que tarde o temprano todos deben rendir cuentas y que la más dolorosa de las sanciones puede llegar a ser la del repudio y consiguiente segregación que nos apliquen los conciudadanos y la sociedad en general.

Para los que opten por la lucha o la labor legislativa, me permito como abogado y ex parlamentario recomendar lo siguiente: 1) No ver en el contrincante a un enemigo; solamente son “adversarios” o “competidores”, a veces permanentes, pero también en muchos casos lo son ocasionalmente. 2) No resignarse con la “retirada”, afirmando una supuesta inutilidad actual de todo esfuerzo. Ese facilismo no es constructivo; además es un mal ejemplo para el prójimo. Y merece recordarse la tenacidad que predica el dicho de los hombres de “tierra adentro” cuando al observar el firmamento comprueban que “nunca la noche es tan oscura como en el instante previo al amanecer”. Y es así, puesto que al cabo de ese instante llega la alborada. 3) No perder ni dejar que nos roben la alegría de la vida. Ni pesimismo fatalista, ni ilusionismo mágico; hay que encontrar en el esfuerzo del trabajo la gratificación o la satisfacción que nos puede dar en algún momento la profesión que hemos elegido. 4) Ni arredrase ante al adversidad, ni dar pábulo frente a la amenaza del obstáculo. Lo que sí hay que tener siempre a mano, es la disposición mental para ejercitar el vigor argumental. Jorge Luis Borges cuenta en su historia de la infamia (uno de sus relatos más cautivantes) que un caballero inglés entró a una taberna y tomó asiento en la barra del pub; pidió una bebida y, de repente otro parroquiano que se le acercó, le arrojó a la cara el contenido de la suya; y ante tamaña sorpresa agresiva, el caballero le preguntó al intruso desmedido: “Perdón, ¿cuál es su argumento?”.

Amigas y amigos: el gran Sarmiento (el primer profesor de Derecho Constitucional de esta Facultad) exclamó en un fuerte debate que “para tener derechos, hay que vivir en el derecho”. Con esto quiso decir que hay que elegir entre la “ley de la selva” o el estado de derecho, y que, por lo tanto, el derecho es igualmente obligatorio para todos, ya que deben respetarlo tanto los gobernantes como los gobernados. Y en una ceremonia semejante a ésta, Juan Bautista Alberdi en discurso que pronunciara en el acto de graduación del 24 de mayo de 1880 -en cuya oportunidad fue nombrado Miembro Honorario de la Facultad- tituló su alocución de la siguiente manera “La omnipotencia del Estado es la negación de la libertad individual” (Tomo IX “Obras Selectas”, 1920). En la actualidad el tema sigue siendo el mismo, aunque la omnipotencia puede provenir de las más variadas fuentes: los poderes públicos, los antipoderes o contrapoderes, los poderes de hecho, los grupos de tensión, etc. No hay que resignarse ante ese estado de cosas. Lo que corresponde es poner coto a la arbitrariedad, del mismo modo, que hay que poner límites a la desviación del poder y al “abuso del derecho”. En todo caso hay que reclamar y practicar el derecho a la efectividad del derecho, porque un derecho que no se respeta es el primer paso en la pendiente y precipicio de una eventual anomia generalizada. Por lo general, la violación de derecho se inicia en una etapa que no reviste el carácter de un delito penal, pero sí -en cambio- asume la proporción de una grave falta moral: el engaño.

No hay que desanimarse frente a la adversidad, ésta siempre estará en conjura o en acecho, pero no importa: la que habrá de triunfar es la perseverancia, siempre y cuando vaya acompañada de una sana autocrítica (ya que errare humanun est) y de la conciencia sobre las propias limitaciones.

El gran humanista Romain Rolland, que presenció la tragedia de la primera guerra mundial y que era un europeísta con vocación universal, proclamó que “el honor de la virtud consiste en luchar, no en vencer”. Es profundo el significado de esta afirmación, más allá de que pueda parecer un signo de resignación. Claro está que es más fácil desertar. Siempre hay una tentación: el hedonismo de la “dejación”.

Un orador romano apuntó lo siguiente: “Si quieres ser viejo mucho tiempo, hazte viejo pronto”. Y tenía razón, habida cuenta que el mejor remedio consiste en alimentar a diario el rejuvenecimiento de la mente. ¿Por qué? Puesto que la “juventud” no es un calendario: es un estado del espíritu. Si buscamos en el diccionario de la RAE, veremos que en la palabra “juventud” hay varias acepciones de las que rescato un par: Por un lado, juventud es energía, vigor, frescura, y por otra parte juventud significa una alusión a los “primeros tiempo de algo”. Esta es la significación que más me place; y por ello, mis queridos graduados que ya son mis colegas, los invito a sentirse siempre así, es decir, dispuestos a comenzar algo más, que si es nuevo será mejor.