Discurso pronunciado por el Dr. Fernando Caparrós

Acto de colación de grado del día 1 de octubre de 2010

Sra. Secretaria Académica, Dra. Silvia Nonna, Sr. Secretario de Investigación, Dr. Marcelo Alegre, Sres. Profesores, Sres. Graduados, señoras, señores.

Sean todos ustedes bienvenidos a esta Facultad, mi querida Facultad, mi muy querida Facultad, la Facultad de todos nosotros, la más importante de la Argentina y una de las más importantes de Latinoamérica.

Bienvenidos a un acto que por lo que implica resulta importante en general para nuestra Casa de Estudios y para la sociedad, pero de una trascendencia única y particular para todos y cada uno de ustedes, queridos graduados. Su importancia no radica en el hecho de recibir el diploma de papel que habrán de enmarcar posiblemente para lucir en la pared de sus despachos. El acto de colación de grados pretende simbolizar el hecho verdaderamente trascendente, es decir, lo que se esconde detrás de aquel diploma y lo que se proyecta a su través, todo lo que encierra ese título. Es seguramente el reflejo de varios años de lucha, de esfuerzo, de privaciones, de certezas y de dudas. También de alegrías y por qué no de algún que otro desencanto. Pero, sobre todo, de ilusiones que han ido alimentando durante el curso de la carrera y que ahora, finalmente, podrán concretar ejerciendo las incumbencias propias del título que reciben y que descuento, llevarán a cabo con toda la pasión que se requiere.

A propósito de la preparación de este discurso que tengo el honor de pronunciar, repasaba las palabras dichas por nuestra Decana, la Dra. Mónica Pinto, al asumir como tal allá por marzo de este año, y en que el que recordó, las pautas del que sería desde entonces el plan de trabajo o de gobierno y que suponía la participación plena de todos, un plan de trabajo necesariamente plural en el que puedan canalizarse las iniciativas que permitan cumplir los fines de la Facultad en esta hora y más allá de muchas de las pautas esbozadas para perseguir tales fines, me detuve en una de sus reflexiones: “la Universidad y en ella nuestra Facultad no puede ser pensada solamente en función de la producción de conocimientos. La Universidad es también, y muy especialmente, un centro de reflexión, un ámbito donde se construyen concepciones del mundo, un lugar donde deben comprenderse lo que pasa en la sociedad”.

Me puse hoy a pensar entonces de qué manera docentes y alumnos asumíamos hoy nuestro compromiso con la sociedad en los claustros, quizá valga un ejemplo como respuesta. El otro día conversaba con un queridísimo amigo, también Profesor de esta Casa y coincidamos en que nuestros respectivos cursos de Derecho del trabajo no se nos habían confiado a nuestro cargo solamente para explicar los plazos de duración de una licencia por vacaciones o para prodigarnos en el análisis de la base de cálculo de una indemnización por despido. De ninguna manera. Esas son simplemente las consecuencias de algo mucho más profundo, de las causas primeras que han dado origen al nacimiento de esa rama del Derecho, de la protección de la persona que trabaja, de privilegiar al hombre por sobre lo económico, de tomar conciencia de que el trabajo no debe ser considerado simplemente como un artículo de comercio tal cual reza el Tratado de Versalles. Porque en el trabajo, al decir Demengoni, “el hombre no pone en juego lo que tiene, sino lo que es y a partir de allí la posibilidad de construir una teoría al servicio del hombre, es decir, al servicio de la sociedad toda”. Esto solamente se podrá lograr en las aulas a través de la producción de conocimiento, pero fundamentalmente de la reflexión, del diálogo, del debate, del respeto por la libertad de expresión de todos, del respeto por las instituciones democráticas, de la diversidad, de la pluralidad, de la generosidad en nuestra entrega, en suma, de una concepción humanista y democrática que sea capaz de colocarnos de cara a la comunidad toda en situación de servicio.

Hemos asistido en los últimos 20 años a un bombardeo de números, de estadísticas, y por momentos parece que estuviéramos anestesiados frente a ellos, sin comprender que detrás de cada uno existe un problema, un ser humano que se aflige, un ser humano que sufre. ¿Hasta qué punto podemos tolerar estos números sin detenernos en su análisis para buscar una solución al problema? Permítanme decir con el prestigioso sociólogo francés Robert Castel, “si la redefinición de la eficacia económica y de la pericia social tiene que pagarse poniendo fuera de juego a un 10, 20 o 30 % más de la población, ¿se puede seguir hablando de pertenencia a un mismo conjunto social?”. Para agregar de inmediato, “¿cuál es el umbral de tolerancia de una sociedad democrática a lo que yo llamaría”, dice Castel, “más que exclusión invalidación social? Ésta es a mi juicio”, según el autor, “la nueva cuestión social”.

Ahora bien, si nosotros, los profesores, hemos pasado por las aulas sin haber sido capaces de sembrar, incrementar o estimular estos valores, habremos protagonizado un fracaso profundo. Por el contrario, si hemos logrado mínimamente cumplir con este desafío, habremos contribuido a realizar un mundo mejor.

Queridos graduados, disfruten de este momento único que lo tienen bien merecido, pero no se pierdan. Ésta es la Casa de todos ustedes y estamos dispuestos a seguirlos recibiendo para profundizar esos conocimientos y aquel debate, o para quienes se sientan con esa vocación, integrarlos adecuadamente a la carrera docente y a la investigación. Éste no es el punto de llegada, por el contrario, no se confundan, es el punto de partida para una nueva etapa francamente apasionante.

Deseo, finalmente, invitarlos a colocarse en situación de servicio con una frase del famoso filósofo, poeta y escritor indio, Rabindranath Tagore, Premio Nobel de Literatura: “yo dormía y soñaba que la vida era alegría, desperté y ví que la vida era servicio, serví y ví que la vida era alegría”.

Muchas gracias.