Discurso pronunciado por el Dr. Claudio Lutzky

Acto de colación de grado del día 15 de agosto de 2008

Buenos días:

Es un honor y un placer para mí poder compartir con ustedes este día, tan especial para ustedes y que constituye para la Facultad una de sus más preciadas tradiciones. Creo que es especial para ustedes porque, más allá de que hayan concluido sus estudios con anterioridad, la recepción del diploma es un ritual importante, como son todos rituales que nos permiten, en el vértigo de los años, hacer una pausa y reflexionar sobre lo que hemos logrado, sobre el esfuerzo realizado, y también sobre el resto de nuestra vida.

El resto de sus vidas, que comienza hoy, tal vez signifique que se alejen de la Facultad de Derecho que los ha cobijado durante todos estos años, pero tal vez que decidan permanecer dentro de sus muros dedicados a la docencia o la investigación, como hemos hecho quienes quisimos devolver a la Facultad algo de lo mucho que recibimos de ella, y quisimos también seguir beneficiándonos del intercambio con nuestros colegas y del desafío que implica el intercambio cotidiano con los alumnos.

En ocasiones como ésta, tendemos a entusiasmarnos y a exhortarnos unos a otros a ser, de aquí en adelante, ciudadanos modelo o héroes nacionales.

Lo cual no está mal, porque el vernos mejores de lo que somos hace que seamos mejores de lo que éramos. Pero también creo que podemos mirarnos con un poco más de mesura, y pensar en la contribución que haremos en nuestra área de acción como profesionales del derecho y como ciudadanos.

Hay una antigua leyenda en el Talmud hebreo que es la leyenda de los "treinta y seis hombres justos" que deberíamos llamar ahora la leyenda de los "treinta y seis mujeres y hombres justos. Dice esta leyenda que la razón por la cual Dios en su furia no destruye al mundo por los dislates cometidos son 36 personas que con su integridad, su decencia, su esfuerzo cotidiano, cada día vuelven a salvar al mundo y a darle una nueva oportunidad.

Me consta, en forma personal, que hay entre ustedes quienes tienen estas características. Seguramente la mayoría de ustedes y por qué no todos ustedes las tengan. Me permito humildemente proponerles que traten, en sus carreras y en sus vidas, de salvar al mundo y de ser uno de esos treinta y seis mujeres u hombres justos, y seguramente serán mejores para quienes los rodean y serán mejores para ustedes mismos.

Sólo me queda agradecerles la paciencia de haberme escuchado y expresarles los mejores deseos para esta etapa que hoy comienzan, en sus carreras y en sus vidas. Como mi elocuencia es por demás pobre, quisiera recurrir a una vieja bendición celta, que dice así: "Que el camino salga a tu encuentro, que el viento siempre sople a tu espalda, que el sol siempre brille cálido en tu rostro, que la lluvia caiga suave sobre tus campos, y hasta que volvamos a encontrarnos, que Dios te tenga en la palma de su mano".

Muchas gracias, y buena suerte.