Discurso pronunciado por el Dr. Alejandro Cayetano Molina

Acto de colación de grado del día 21 de diciembre de 2007

Sr. Decano de nuestra querida Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, Sres. Profesores, abogados que egresan, parientes, amigos:

Es para mí un gran honor poder dirigir estas breves palabras que son un poco de despedida a los estudiantes que concluyeron sus estudios de grado y otro poco de bienvenida a esos mismos que, ya como abogados, hoy reciben su título en esta ceremonia.

Hace treinta y siete años, yo estaba allí a la espera de este trascendental momento, yo también juré en un mes de diciembre, pero de 1970. Mas hoy no celebro solamente el aniversario de aquel acontecimiento, sino que me veo aquí instalado para decirles algunas palabras -acontecimiento del que participo desde este lugar por primera vez-, justamente el día en que un hijo mío habrá de recibir su título.

Debo agradecerles a ustedes y a la Facultad por permitirme vivir este momento, por acompañarme como yo quiero acompañar a cada uno de ustedes en este acontecimiento, que no es sólo personal, sino que lo es de la familia, que lo es de cada una de vuestras familias que vive este título como propio luego de un tiempo de estudio.

Y lo más importante que quiero decirles es que han abrazado una profesión sublime para la vida de la sociedad. La profesión que patentiza en forma clara la lucha por el derecho, ese derecho que deseamos vivir como el ordenamiento social justo, ese derecho que nos da un fruto maravilloso para la vida social como lo es la paz, por momentos tan añorada.

Cuánta paz necesita nuestra sociedad!!! Y mucha la pueden lograr buenos abogados. Abogados que no centran su labor en la disputa y en la exacerbación de la controversia, sino que hacen de la coordinación y la coincidencia la base misma de su accionar.

No son tiempos fáciles, la modernidad líquida como diría Barman, nos exhibe a nosotros relacionados a través de vínculos flexibles, poco estables, inseguros en sus valores, donde la desregulación, la flexibilización y la liberalización que van desde los mercados hasta las expresiones íntimas de la vida social, nos muestran la dificultad esencial de sujetarnos a principios y formas estables, donde lo aprendido siempre tuviere vigencia.

Hoy, nada de ello es así, y les toca a los abogados iluminar la vida social en estos aspectos. La sujeción a la norma, el cumplimiento de los compromisos, constituye una necesidad que organiza y da estabilidad a las personas en general. Pero para ello debemos reafirmar los valores de nuestra disciplina hoy manifiestamente postergados por principios y formulaciones que no nacen en el derecho sino que provienen de ciencias auxiliares, como lo es, entre otras, la economía.

Efectivamente, el mundo del derecho ha sido invadido por nociones de la economía y así hablamos de crecimiento, producción y desarrollo, como valores del derecho, olvidando que los valores del derecho son la justicia, la solidaridad, la equidad y olvidando aun mas que nuestra lucha lo es por un crecimiento con justicia, un sistema de producción con solidaridad y un desarrollo con equidad, en una palabra logrando síntesis que iluminen en donde todo aparece como oscuro, excluyente e injusto.

Esto es básico para que nuestra Patria no esté integrada por meros habitantes, sino que lo sea por verdaderos ciudadanos que en lugar de separarse por enfrentamientos ruines, sea cavando abismos, se reúnen a través de los puentes que ellos son capaces de construir con su saber y también con su corazón.

En este punto, quiero apelar no sólo a la razón sino también al corazón de cada uno de nosotros. El abogado tiene muchas ocasiones de comprobar que hay razones del corazón que la razón no comprende, como dijera San Agustín, por lo cual muchas controversias las deberá abordar no desde la perspectiva economicista de que “todo hombre es un potencial cliente”, como piensan muchos, sino desde aquello esencial que nos califica como seres humanos, que nos permite afirmar desde lo mas hondo de la dignidad personal que “todo hombre es mi hermano”.

Por fin, es probable que podamos resumir nuestra actitud para el futuro de nuestra vida profesional, considerando qué pensamos o cómo definimos nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro, en definitiva cuál es nuestra identidad como mujeres y hombres abogados.

Como lo he dicho en muchos de mis cursos, yo me animo a proponerles una fórmula para que identifiquen la actitud frente al pasado, frente al presente y frente al futuro, que sintetizaré en una palabra para cada momento.

Para el pasado, muchos viven instalados en el mismo, porque todo tiempo pasado fue mejor o porque el pasado me condena, no parece ser esa una expresión sana, quizá es una actitud melancólica mas propia de un paciente del psicólogo que la de un abogado, para mi al pasado GRATITUD. Gracias a la vida que me ha dado tanto, dice el canto y ese debe ser nuestro motor.

Para el presente, una sólo forma de abogar y de vivir por los demás, la resumo en la palabra PASIÓN. Trabajemos con pasión y nuestra condición de abogados se reafirmará día a día.

¿Y para el futuro? DUC IN ALTUM. La frase que actualizó Juan Pablo II, que encontramos en las Escrituras. Ella es la actitud por excelencia de las mujeres y hombres para el tiempo actual, es la síntesis de la esperanza. Ella implica NAVEGA MAR ADENTRO. Para ello anímense a dejar las viejas marcas que les ha ido imponiendo la vida, para lanzarse en pos de nuevos puertos, de fuertes ideales, de destinos quizás poco claros en estos momentos, pero en los que desde ya atisbamos la presencia de otros que nos esperan, nos necesitan, confían en que nos animemos a ir por ellos.

Alguien ha dicho que el futuro ya no es como era, tiñendo de pesimismo lo que vendrá, mas nosotros podremos afirmar que tenemos armas del corazón y de la razón que nos llevan a sostener que con la verdad, la justicia, el amor y la paz, valores ciertos de nuestra cultura y base de nuestra ciencia, nos animamos a soltar amarras y navegar mar adentro por un mundo mejor.

Animémonos y avancemos porque lo cierto es que EL FUTURO ES NUESTRO.

En estos días de augurios y saludos especiales, yo también les auguro a todos ustedes. Muchas felicidades, éxitos en sus vidas y, en especial, un año 2008 con MUCHA PAZ.

Muchas gracias.