Discurso pronunciado por el Dr. Emilio Lozada

Acto de colación de grado del día 10 de mayo de 2013

Emilio Lozada

Emilio Lozada

Sra. Decana, Sres. miembros del Consejo Directivo, Sres. Profesores, Sres. Familiares y amigos de los graduados, apreciados nuevos colegas.

Es para mi una enorme satisfacción, y un gran honor que me hayan invitado a dirigirles la palabra en este acto de entrega de Diplomas a graduados de esta Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, y en particular a los nuevos abogados, a quienes despedimos temporalmente por haber concluido sus carreras de grado.

Digo que es para mí una satisfacción, porque se me da esta oportunidad, en un momento muy especial de mi vida académica y profesional relacionada con esta Casa de Altos Estudios.
Se cumplen 50 años de aquel día en que subí sus enormes e impresionantes escalinatas y traspase las majestuosas columnas que habilitan el ingreso a esta suerte de templo del saber.

Y no es inocente definirla como un templo, porque, mas allá de su apariencia arquitectónica que se muestra como un Partenón griego, en este lugar, con el transcurrir del tiempo abrace con la devoción de un feligrés los estudios del derecho.

No son ajenos a ello, profesores de la talla del Dr. Jorge Joaquín Llambias, Alberto Antonio Spota, Werner Goldschmidt, Carlos Nino, Andrés Dalessio, y muchos otros, quienes con su saber inconmensurable despertaron en mi la pasión y un amor casi fanático hacia esta profesión.

La abogacía, es un quehacer que me ha permitido realizar mi vocación de ser parte de esa colectividad humana que contribuye a afianzar la justicia, que es un mandato del básico compromiso social plasmado en nuestra Constitución, asumido expresamente por los padres fundadores de nuestro Estado Nacional.

Sres. Graduados, Uds. han concluido los estudios que los habilitan a ejercer una profesión, y deben tener una convicción
Ser abogado no es inclinarse hacia una actividad residual, trivial o simple, destinada a aquellos que no tienen definida su vocación, como con tristeza suelo escuchar muy asiduamente en estos tiempos.

Ser abogado implica ejercer una actividad virtuosa y trascendente que requiere una formación muy significativa de aquel que intenta encontrar además de una labor lucrativa y de reconocimiento social, un modo de realizarse como persona, dentro del ámbito de pertenencia social donde se inserta.

Ser abogado, ser un hombre dedicado al derecho, es decir como señalaba el gran jurista Couture, ser alguien que esta dedicado a una disciplina que se transforma de modo permanente, y que por tanto requiere siempre de la reflexión, de pensar y estudiar; de tener fe, amor a lo que se hace, paciencia, además de una actitud leal y tolerante.

Es una profesión que requiere de una exigente y permanente preparación ilustrada y compleja, que precisa para ello de la concurrencia de aportes de la sociedad, del Estado y del esfuerzo y sacrificio de Uds. y de aquellos que los rodean, aspectos estos que han podido confirmar de modo personal y es por ello que hoy, obtenido el logro, es una día de regocijo y emoción para todos los que aquí se hallan presentes.

Es mi deseo en este momento transmitirles a Uds. noveles abogados, que no se han equivocado al elegir esta carrera, porque hoy advertirán, quizás muy tenuemente algunos, pero estoy seguro, con el tiempo muchos y con certeza, que es una carrera que prepara para el ejercicio de una profesión de profundo sentido social y humanista.

De la propia etimología de la palabra “Abogado” se desprende el sentido de nuestra profesión, el que aboga, es el que intercede, el que habla a favor de alguien, el que hace por otros, y ello nos predica que Uds. van a realizar una tarea que consiste esencialmente en servir.
Es preciso poner de relieve que los abogados en su actividad son actores necesarios e imprescindibles en la realización de la justicia, que al decir de los romanos “es el arte de dar a cada uno lo suyo, el arte de lo bueno y equitativo”.

Para que ello sea posible, es imprescindible comprender que en la tarea ineludible del Estado Democrático, de afianzar la Justicia como requisito para obtener el fruto de la Paz, nosotros los profesionales abogados, estamos obligados a contribuir a la búsqueda de la verdad para recomponer el conflicto social suscitado entre los miembros de la comunidad.

Es por eso que debemos estar preparados para realizar esa tarea, útilmente, con dignidad y un comportamiento ético que nos satisfaga como personas y ello solo se alcanza con una buena formación, con un saber profundo y completo.

Un saber que no se agota en el conocimiento de la ley, que requiere el dominio del lenguaje, comprender la dimensión del hombre como ser individual y social, la implicancia en su vida de los hechos históricos, y para mejorar nuestra reflexión y la prudencia de nuestros juicios, el auxilio y el soporte de muchas disciplinas como la sociología, la historia y la asistencia ineludible de la filosofía.

Este es el sentido y la razón de la casi insoportable insistencia de sus profesores, co-actores esenciales en la tarea del aprendizaje a la que están abocados, de que Uds. sean receptores de una formación compleja, universal y exigente durante sus años de estudios.

Ese conocimiento que han obtenido, será necesario que lo consoliden y aumenten en los años venideros, porque es la herramienta que permite sostener conscientemente los principios de igualdad y libertad que constituyen los paradigmas esenciales del sistema democrático.

Como dije, el transito por el camino del conocimiento nunca se termina, siempre hay un paso mas para dar, porque el hombre y las sociedades cambian, se transforman, surgen nuevas costumbres, hábitos, y al ser humano se le revelan valores y principios de modo incesante, que plantean nuevos interrogantes y generan nuevos conflictos. Y en el lugar a que los lleve la vida o les corresponda estar para servirse del derecho, deben estar en condiciones de responder adecuadamente, utilizando la capacitación que han logrado.

Aparecerán desafíos nuevos cada día, y habrán de necesitar no solo del impulso de la curiosidad, y de la pretensión del triunfo en la defensa de lo que consideran justo, de lo que entienden que corresponde a ese otro que Uds. están llamados a defender o respecto del cual como magistrados tienen que decidir en una sentencia que se adecue a derecho y al principio de justicia.

Para ello estarán obligados a renovar y profundizar sus conocimientos y se darán cuenta como me sucedió a mi y a muchos otros, que este ámbito que nos contiene hoy, esta Facultad de Derecho, permanece, sigue aquí, que nunca dejaron de pertenecer a ella y que es el lugar adecuado para disipar las dudas que les permitan resolver los nuevos conflictos y lograr los objetivos propuestos.

Deberán recordar que nuestra Universidad Publica, y en particular esta Facultad de Derecho, mantiene sus puertas abiertas para recibirlos nuevamente cuando necesiten profundizar sus conocimientos o del estudio especializado.

Llegara también el momento, si es que ya no se dio, que habrán de sentir la necesidad de dar algo mas de Uds. a la Sociedad y al Estado Nación, que les han brindado generosamente sin discriminación alguna la posibilidad de formarse para realizar satisfactoriamente vuestra vida y advertirán entonces que esta Casa de Estudios es el lugar propicio donde pueden contribuir a la formación de nuevos abogados, integrándose a la vida Académica.

Finalmente, es mi deseo personal y estoy seguro que comparten todos los que hacen viable la existencia de esta Facultad de Derecho, que algún día puedan sentir y expresar con sensación de plenitud, como me sucede a mi en este instante, como decía aquel poema romántico, que agradecen a esta profesión el poder bendecir su vida, porque nunca les dio, ni trabajos injustos, ni esperanza fallida.

Bienvenidos, los felicito, que el señor los bendiga y la suerte los acompañe por siempre.

Muchas gracias.