Discurso pronunciado por el Dr. Osvaldo Gozaíni

Acto de colación de grado del día 13 de mayo de 2005

Un acto de graduación no es un acto protocolar. Es una fiesta para el espíritu, una consagración dirigida al amor por las cosas elegidas y pensadas como destino en nuestras vidas.

También, es un acto colectivo, donde la alegría se comparte, se distribuye, se proyecta como agradecimiento y se compromete con futuros imaginables. Por eso, este momento tiene para nosotros tanta fuerza intrínseca y mayor importancia.

Con igual intensidad deben aparecer, tras el tiempo de la reflexión, los ideales a cubrir hacia el futuro, en miras a dimensionar el precepto que indica la valía de las personas en la medida de las responsabilidades que asume y los afectos que pueda generar tras ellas.

En síntesis: toda nación que se precie ha de tener en sus hombres la esencia de su historia y profecía. Nuestro presente sólo se explica por nuestro pasado y a la vez es razón y explicación de nuestro futuro.

Vuestra generación, la mía, la de cada uno de los hoy aquí presentes no es más que un brazo desplegado para recibir el legado de los que ya murieron y otro extendido para alcanzarlo a los que todavía no han nacido.

No somos dueños del país: somos depositarios, llamados a transmitir lo recibido sin poder llevar nada con nosotros. Podremos quizás alcanzar bienes materiales, un pedazo de tierra por el caso, pero nunca seremos dueños del paisaje ni del espacio.

Vivir es recibir para transmitir.

La utopía de ser cada vez mejores, trascendentes, desde nuestros minúsculos lugares en la grandeza de los tiempos.

Hoy ante tantos nuevos abogados no puedo privarme de decirles pocas cosas, con humildad y sabiendo que es una perspectiva singular seguramente perfectible y lejos de tomarse como experiencia. ¿Cómo se forman los abogados? ¿Enseñándoles doctrina o dándoles experiencia profesional práctica? Es esta la piedra de Sísifo de la enseñanza del derecho.

Quienes quieren doctrina, sostienen con razón, que la experiencia sólo la enseña la vida y que serán inútiles todos los esfuerzos que se vuelquen en enseñar algo que las universidades nunca han podido enseñar.

Quienes quieren la experiencia, sólo piden que el rudo contraste entre la Universidad y el tribunal no someta a los jóvenes graduados a la peor de todas las ignorancias: la de no saber en que consiste la vida humana que ellos deben manejar.

Por ello, en esta divagación entre lo terreno y lo dogmático trasluce algo que nunca podrá ser satisfecho. ¡Pobres facultades las que hagan abogados para vivir sólo en el cielo! ¡Pero más pobres todavía aquellas que sólo los preparen para vivir en la tierra!

Recuerdo cierta vez un debate entre dos abogados. Uno apasionado y sincero que pedía para su cliente algo injusto con completa convicción. El otro, frío y flemático, se oponía con acerados razonamientos de lógica jurídica y con glacial desdén para la sinceridad de su ocasional adversario. Una mujer, presente en la disputa de manera casual, le dijo a quien le acompañaba: he aquí la querella de un corazón sin cabeza contra una cabeza sin corazón.

Recuerden la anécdota, y otra más: los clientes admiran al abogado que deslumbra, pero los jueces prefieren al abogado que simplemente alumbra.

En pocas palabras, se trata de que Uds. puedan asegurar las libertades conseguidas y recrear la instalación profesional en el ámbito de estima social que se merece. Saber que llegan a un mundo estigmatizado por grandes desafíos de escalas diversas, ante los cuales habrán de enfrentarse admitiendo el valor profundo de los derechos humanos.

Creemos que estas pinceladas pueden ayudarlos a dibujar un nuevo modelo y un rostro más humano para una justicia que va cubriéndose de tonalidades acusadas, dispuestas a servir mejor las urgencias de los justiciables: de la gente, en el complicado, pero incitante mundo de un nuevo milenio.

Y esta es una hora de cambios que hoy mismo comienza. No sé si se han dado cuenta que abandonan el jean y la camisa para ponerse el saco y la corbata, nuestro uniforme. Y también dejan el talle bajo y la minifalda para ponerse el trajecito de abogada. Es un cambio intangible, pero vaya que lo es.

A todos, en definitiva, nos cabe la hora de mayores responsabilidades. Admitir que la formación continua es nuestro destino, que el cenit de hoy es un eslabón en la cadena del saber, para tener en cuanta posada lleguemos un nuevo motivo de alegría, otro acto de esplendor, la refrescante sabia de crecer siendo mejores.

Si podemos transmitirles esta utopía, o mejor, este anhelo, la Facultad puede descansar sabiendo que nuestro futuro queda en buenas manos.

Gracias.