Discurso pronunciado por la Dra. Cristina N. Armella

Acto de colación de grado del día 25 de junio de 2004

La vida universitaria nos depara vivencias muy entrañables. La entrega de diplomas es una de ellas, de las que podemos calificar como revitalizadoras de nuestros espíritus.

Autoridades, docentes, egresados, familiares y amigos, todos asistimos jubilosos a esta cita en la que vivimos el pulso universitario con tensión creativa.

El enseñar y el aprender, garantizados constitucionalmente, crean un procedimiento participativo que enriquece a todos los que ejercemos estos roles vinculados.

Para cada uno de los egresados parecen haber quedado atrás las traumáticas sensaciones que provocaban las evaluaciones periódicas. Horas de estudio, dedicación, las fuerzas parecían agotarse. Pero la calificación satisfactoria que premiaba el esfuerzo, convertía todas aquellas sensaciones en gozo y daba muestras de que la verdadera fuente de superación del ser humano se encuentra en su propio interior.

Todo ello parece lejano, parece superado.

Ya son profesionales del derecho, y como tales ostentan el privilegio de saber una ciencia que les permite abogar por los derechos de sus clientes en el ámbito del conflicto, o ejercer quizás la jurisdicción judicial, o una función pública, como la notarial en el ámbito alitigioso, o profundizar esta ciencia por medio de la investigación y transmitir estos conocimientos a través de la docencia.

Los hemos formado y se han formado para todo ello y para mucho más.

Comienza una nueva etapa en sus vidas. Dejan el claustro que los protege y deben enfrentarse a la cotidianidad del ejercicio profesional, que deberán desarrollar en un ámbito temporo - espacial desalentador.

Por ello, como integrante de esta Casa de Altos Estudios y en especial como docente con una profunda vocación, no solo abrigo el deseo sino que tengo la obligación de transmitirles un mensaje esperanzador.

Sabemos que nuestro país está haciendo esfuerzos para dejar atrás una crisis históricamente sin precedentes.

Es cierto además, que muchas voces se alzan para hablar de caos, abismo y camino sin retorno.
Y cuando vemos críticamente a nuestro alrededor parecería que tienen la razón.

La emergencia pública declarada por el propio Estado en el año 2002, lo ha sido primero en materia social, económica, administrativa, financiera y cambiaria y luego lo fue en el ámbito productivo y crediticio.

Su vigencia colapsó la justicia en todos sus fueros por la búsqueda incansable del respeto a los principios, derechos y garantías constitucionales.

Los analistas de la realidad nacional e internacional discurren entre la crisis, la violencia generalizada, el miedo y las situaciones irreversibles.

Pero dentro de este marco tan desalentador, estoy convencida que los jóvenes abogados que hoy egresan darán muestras de su permanente compromiso con la realidad, con idoneidad, con capacitación científica y conducta ética, como corolario de haber integrado la comunidad universitaria de nuestra prestigiosa y prestigiada Facultad de Derecho que no abandona su protagonismo como referente dentro de nuestra sociedad.

El Dr. Atilio Aníbal Alterini al asumir como Decano recordó que la Universidad de Buenos Aires, conforme a su Estatuto, y en su carácter propio de centro de estudios y de enseñanza superior, tiene como fines promover, difundir y preservar la cultura, en contacto directo y permanente con el pensamiento universal y con particular atención de los problemas argentinos, a los cuales encara mediante estudios humanistas e investigación científica y tecnológica, exponiendo objetivamente sus conclusiones.

Difunde las ideas y las conquistas de la ciencia mediante la enseñanza y los diversos medios de comunicación de los conocimientos.

Procura la formación integral y armónica de sus componentes, así como infunde en ellos el espíritu de rectitud moral y de responsabilidad cívica.

Forma investigadores, profesionales y profesores, socialmente eficaces y dispuestos a servir al país. Con prescindencia en materia ideológica, política o religiosa, asegura dentro de su recinto la más amplia libertad de investigación y de expresión, y estudia científicamente los problemas sociales, políticos e ideológicos.

Encauza a los graduados en la enseñanza y en las tareas de investigación y, a través de ellas, estrecha su relación con la sociedad.

Así, frente al descreimiento y a la pérdida de confianza generalizados, somos los profesionales del derecho los que debemos enarbolar la bandera del ejercicio ético de la profesión. Y lejos de ser pasivos observadores de una realidad devastadora, debemos involúcranos con creatividad en el forjamiento de soluciones alternativas.

Para ello los ha formado nuestra Facultad cumpliendo los fines estatutarios de la propia Universidad.
Este es el llamado que les hago desde un mensaje esperanzador.

Me dirijo a los jóvenes abogados de mi país que hoy egresan de estas aulas orgullosos de haber alcanzado su meta, reconociendo la responsabilidad que nos cabe como mayores, pero a su vez les expreso que estoy convencida de que los más jóvenes deben abrazar prontamente la posta para trabajar cada uno desde su lugar, en la refundación de la Argentina de los valores éticos.

Mas esta encomienda no es irrealizable ya que a partir del trabajo, del esfuerzo y de un programa proyectado, hoy alcanzan su titulo de grado, comprometidos con la consolidación de una sociedad jurídicamente organizada.

Nuestra Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires los ha abrigado durante el trascurso de su currícula y sepan que los seguirá abrigando en el futuro porque la universidad ocupa un legítimo espacio como factor de orientación, y lugar de construcción de un nuevo pensamiento científico dirigido a analizar los problemas concretos de la comunidad.

Si nuestros egresados son abogados idóneos para adecuarse a las mutaciones que se operan en la sociedad, en la ciencia y en la tecnología, aplicando el derecho con principios deontológicos e integran una comunidad dedicada plenamente a la investigación y a la creación y la difusión del conocimiento, hemos cumplido con nuestro compromiso.

Antes les dije que la etapa de evaluaciones periódicas de la vida universitaria había quedado atrás, ahora les digo que comienza la etapa de la evaluación diaria, permanente, y serán Uds. mismos sus más exigentes evaluadores.

Pero estén seguros que también calificarán satisfactoriamente si son hombres y mujeres comprometidos con su profesión, dedicados a la capacitación constante y al ejercicio ético del derecho.

Muchas gracias.