Discurso pronunciado por el Dr. Roque Caivano
Acto de colación de grado del día 27 de junio de 2025

Roque Caivano
Buenas tardes, señora vicedecana, autoridades de esta Facultad,
señores profesores, graduados, familias.
En primer lugar, agradezco el honor que me han hecho las
autoridades de esta Facultad al permitirme dirigir unas breves palabras en esta
emotiva ceremonia de graduación.
Hoy es un día que quedará grabado para siempre en sus
memorias. Un día que resume años de esfuerzo, preparación y puestas a prueba a
través de exámenes que les exigían respuestas no solo en lo académico, sino
también en lo emocional y humano.
Hoy es un día en el que celebramos la constancia, la lucha
que cada uno dio a su manera contra el cansancio, la frustración, las dudas, las
responsabilidades laborales o familiares, la vida misma que muchas veces exigía
más de lo que parecía posible dar.
Y es un día que, al mismo tiempo, marca el final de una
etapa, la de formarse en derecho y el comienzo de otra, la de ejercer el
derecho en que han sido formados.
Ser egresado de la Universidad de Buenos Aires significa
muchas cosas. Significa, por un lado, excelencia académica que cada uno de
ustedes debe honrar, poniendo lo mejor de sí para ser profesionales destacados.
También significa asumir la responsabilidad de devolver a la sociedad parte de
lo que se ha recibido, porque si han podido acceder a la educación
universitaria de manera gratuita, es por el esfuerzo de millones de ciudadanos
que lo han hecho posible.
Por eso su paso por la UBA no solo tiene que haber servido
para formarlos como profesionales. También debe haber servido para que tomen
conciencia del deber que han adquirido, como ciudadanos comprometidos críticos
con vocación de justicia y de servicio.
Perdón por la autorreferencia, pero quiero compartir con ustedes
una pequeña historia personal.
Hace algunos años. En ocasión de un acto como el presente,
el que tuve el honor de dirigirme a los graduados, recordaba la emoción que
sentí un tórrido día del verano de 1978, cuando entré por primera vez a este
edificio para asistir a los cursos de ingreso a la carrera de abogacía. Recordaba
cómo las interminables escalinatas, las enormes columnas del frente y la
imponencia del Salón de los Pasos Perdidos me causaron una sensación de
pequeñez difícil de describir.
Aún hoy, cada vez que atravieso la entrada de Figueroa Alcorta,
me viene a la memoria aquella situación y rememoro esas sensaciones.
Me congratulo de no haber claudicado frente a los
contratiempos y dificultades que luego se presentaron. Ojalá dentro de 45 años
ustedes sientan como yo el orgullo de haber pertenecido a la UBA.
Ojalá no se alejen del todo de esta Facultad.
Ojalá puedan transmitir su saber, su ciencia y experiencia a futuras generaciones en un ciclo que se retroalimenta permanentemente. Porque esta Facultad que fue su Casa en los últimos años, será siempre su Casa y mantendrá las puertas abiertas para recibir su colaboración académica, si deciden abrazar la pasión de la docencia o aún para seguir brindándoles a través de los posgrados, posibilidades de una educación de calidad continuada.
No quiero ser original si les digo que el ejercicio del
derecho desde cualquier ángulo que lo enfoquen, es apasionante. Disfrútenlo. Van
a salir al mundo laboral con las herramientas que adquirieron en la carrera y
no hablo solo de las herramientas jurídicas, sino fundamentalmente de los
principios que esta Facultad les inculcó.
Porque el abogado no defiende causas, defiende valores y el
principal es la justicia, como nos enseñó el recordado Carlos Santiago Nino.
No olviden nunca que la abogacía es por encima de todo un
instrumento para transformar vidas, para proteger al vulnerable, para hacer
realidad la idea de que lo justo es posible.
Hace unos años, en este mismo estrado, el profesor Javier
Dubois invitaba a los egresados a formular el valiente compromiso personal de
ser esclavos de la ley, del repudiar la corrupción como un imperativo, de no
esperar que los demás tengan comportamientos de los que no seamos capaces, de
ser guardianes de la legalidad y de la tolerancia, y sobre todo, de tener fe en
que el cambio es posible, si nos lo proponemos.
No encuentro mejores palabras para transmitirles lo que la
sociedad espera de cada uno de ustedes.
Por eso ni consejo, si me permiten uno, es que no busquen la
fama, el éxito o el reconocimiento público.
Nunca pierdan el espíritu de aprendizaje y el sentido de
justicia que los trajo hasta acá. Busquen hacer el bien, lo demás vendrá por
añadidura.
Felicitaciones, queridos graduados.
Este logro es suyo y en parte de cada uno de los seres
queridos a los acompañaron en el camino.
Muchas gracias.