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Año XXIV - Edición 426 21 de agosto de 2025

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In Memorian: Eduardo Martín Quintana

  • In memóriam

Eduardo Quintana fue miembro de número de la Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales (Buenos Aires) y de la Academia de Ciencias Morales y Políticas. Fue Profesor Adjunto por concurso de Teoría General del Derecho y Filosofía del Derecho desde los albores de la restauración democrática y luego profesor adjunto consulto en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. Sin embargo, su carrera docente en UBA comenzó apasionadamente en los años 70 y así fue hasta que sus últimas fuerzas se lo permitieron. 

Su magisterio brilló en las aulas de la Universidad de Buenos Aires, pero también en la Universidad Católica Argentina. Sin embargo, Quintana no solo enseñó Teoría General del Derecho y Filosofía del Derecho, en grado y posgrado: formó personas. Sus clases eran rigurosas, sí; pero también cálidas, habitadas por un espíritu de búsqueda sincera de la verdad, el diálogo y la apertura al otro. Eduardo era un defensor del iusnaturalismo clásico, pero no era un adoctrinador, sino alguien que invitaba a que la gente pensara por sí misma. Quienes lo escuchábamos sentíamos que la filosofía no era una torre de marfil, sino una tarea viva y plenamente humana. Fue un hombre firme en sus convicciones, pero profundamente respetuoso del pensamiento ajeno. Discutía con altura, con paciencia, con una rara combinación de lucidez intelectual y humildad auténtica. Nada, ni nadie, le arrancaba su sonrisa perenne. 

Una prueba de su apertura intelectual y amplitud de intereses fue su tesis doctoral “El Derecho en Marx, Gramsci y Habermas”. Años más tarde, el propio profesor Carlos Cárcova afirmó en unas Jornadas de la Asociación Argentina de Filosofía del Derecho, que “pocos saben más de Habermas que Eduardo Quintana”. Esa afirmación, lejos de ser un elogio vacío, retrata el reconocimiento de sus pares a su profundidad filosófica y a su constante disposición al diálogo con las grandes corrientes del pensamiento jurídico contemporáneo. Un diálogo que no se cerraba a los que pensaban como él, sino que incluía a todos los que procuran acercarse a la verdad. 

Los que suscribimos esta nota -Eduardo Magoja y Luciano Laise- no fuimos dirigidos por Quintana en nuestros doctorados. Y, sin embargo, él fue quien sembró en nosotros la vocación por esta disciplina. En el caso de Luciano, tras cursar su asignatura en la Facultad de Derecho de la UBA -“El Derecho de la Modernidad a la Posmodernidad”, en 2005- decidió volcar su carrera a la enseñanza de la Filosofía del Derecho. Recuerda que se lo dijo en un pasillo, poco antes de terminar el cuatrimestre, y que desde entonces Quintana lo acogió generosamente como maestro. Al cuatrimestre siguiente, en 2006, se sumó Eduardo Magoja, quien también venía explorando inquietudes filosóficas y encontró en el curso de Quintana un impulso decisivo para orientar su camino académico. Ese fue el punto de partida de un recorrido que ambos todavía seguimos, con gratitud y con la conciencia de que todo comenzó en un aula suya, con el ejemplo de Quintana. Hoy lo despedimos con dolor, pero también con profunda gratitud, porque Eduardo Quintana no fue solo un académico generoso y lúcido, sino un verdadero maestro: alguien que no solo transmitía ideas, sino que transformaba vidas.

Durante toda su existencia, Eduardo buscó la verdad con humildad y pasión. Hoy, confiamos con esperanza que finalmente ha encontrado a la Verdad con mayúscula, a Aquel que dijo de sí mismo: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14,6).

Gracias, querido profesor, por habernos mostrado con tanta generosidad lo que puede ser la Filosofía del Derecho cuando se la vive con entrega, sencillez y profundidad. Gracias por enseñarnos que no vale la pena ganar una discusión, a costa de perder el acceso a los corazones de los estudiantes o colegas. Gracias, Eduardo, por brindarnos un ejemplo de persona, amigo y académico.