Discurso pronunciado por el Dr. Roque Caivano

Acto de colación de grado del día 6 de noviembre de 2009

Señor Decano, Dr. Atilio Aníbal Alterini; señor Secretario Académico, Dr. Gonzalo Álvarez; señores profesores; autoridades; graduados; señoras y señores.

Sean mis palabras principalmente para quienes hoy reciben el diploma que los acredita como profesionales universitarios, que son los protagonistas de este acto. Por un lado, palabras de felicitación y reconocimiento por haber cumplido exitosamente esta trascendente etapa de sus vidas. Por el otro, de reflexión sobre la nueva etapa que, hoy mismo, comienzan a transitar.

El orgullo y la emoción que seguramente siente cada uno de ustedes, y de quienes los acompañan, son sobradamente justificados, por el esfuerzo y empeño que han debido poner, ustedes y sus familias, para alcanzar este objetivo. Disfruten de este momento, porque es la cristalización de un logro importante.

Pero, sepan también, que ahora comienzan nuevos desafíos.

El que creo más importante de esos desafíos es el de responder a las expectativas que la sociedad pone en los profesionales del derecho. Sin desmerecer a otras profesiones, que seguramente con razón se sienten con el mismo derecho a reclamar su condición de especiales, siempre creí que la nuestra tiene una nota distintiva, que la hace verdaderamente única. Me refiero a la honda significación social que tiene la abogacía, cualquiera sea el ámbito en el cual se ejerza, al constituir un engranaje indispensable en los variados y complejos mecanismos tendientes a la solución de los conflictos en que las personas se ven involucradas, cuando no en la prevención, mediante el oportuno consejo legal, para evitar que el conflicto se produzca.

Sería ocioso -e impropio de este acto- extenderme demasiado en poner de manifiesto la trascendencia que tiene, en cualquier sociedad, la existencia y la correcta utilización de métodos eficaces de solución de controversias. Baste con señalar dos verdades de Perogrullo. La primera es que la convivencia pacífica, la armonía que debe reinar entre los integrantes de una comunidad, es condición sine qua non para su propia supervivencia como tal. Ningún grupo humano puede convivir en permanente estado de conflicto, y en medio de la tensión que estos conflictos generan en el ámbito de las relaciones personales. La segunda es que una sociedad sin conflictos sólo existe en un mundo ideal; el conflicto, en tanto consecuencia natural de la vida en comunidad, es inevitable. A partir de esas dos premisas, una única conclusión es posible: sin perjuicio de las medidas de prevención de conflictos, es imperioso instrumentar mecanismos que permitan resolverlos de manera eficiente. Y los abogados somos, debemos ser, los artífices de esos programas, cuyo objetivo no es sino lograr la paz social.

En la versión más tradicional -aunque no la más antigua- de estos mecanismos, que es el litigio ante los tribunales judiciales, el abogado que representa o patrocina a las partes es tan esencial como el mismo juez, que también es abogado. Y lo es porque cumple un papel insustituible, desde que permite que el debate, en el proceso, de los derechos y pretensiones de las partes se haga en un marco de igualdad de oportunidades para ambas. Si se concibe al proceso judicial como una contienda -civilizada, pero contienda al fin- la intervención de los abogados de parte garantiza la “igualdad de armas”.

El rol de los abogados, sin embargo, no se reduce a actuar en el ámbito judicial. Ese, con ser importante, es sólo uno de los muchos ámbitos en que los abogados podemos contribuir a la solución de los conflictos. La negociación, la mediación o conciliación y el arbitraje -entre muchos otros- son también herramientas de las cuales los abogados podemos valernos para cumplir con nuestro ministerio.

Concibo al abogado como un forjador de la paz social. Nuestra tarea va mucho más allá de llevar los conflictos de nuestros clientes a los tribunales judiciales. Y se inicia mucho antes de adoptar esa decisión, con el adecuado análisis del conflicto en que nuestro cliente se ve involucrado, de modo de aconsejar la utilización del método que resulte más adecuado para tutelar sus intereses. La contribución que podemos hacer de este modo es doble: al cliente, por un lado, a quien podemos aportar una solución más acorde con sus necesidades, en tiempo y contenido, que una sentencia judicial muchas veces tardía e insuficiente; y a la sociedad, por el otro, al coadyuvar a la pacificación.

El mundo está avanzando a paso firme en la modernización de las estructuras tradicionalmente pensadas para resolver los conflictos. El camino emprendido, hacia la descentralización y la utilización de sistemas más sencillos, económicos, rápidos y eficaces de resolución de conflictos, aparece como inexorable y sin retorno. A quienes hacemos de la solución de los conflictos nuestro modo de vida -y no sólo nuestro medio de vida- se nos presenta un nuevo escenario, tan atrayente como desafiante. Pasar de ser solamente “abogados litigantes” a ser “gestores de conflictos”, nos amplía, sensiblemente, el horizonte profesional; pero al mismo tiempo nos presenta una serie de desafíos. El primero de ellos es pasar de la “cultura del litigio” a la “cultura de la solución”, comprendiendo el profundo sentido de nuestra misión profesional y los beneficios de esa transformación. Y ello exige también una capacitación y actualización que convierta a los abogados en eficaces solucionadores de conflictos.

Los exhorto, en consecuencia, a ser parte de la nueva abogacía. A integrar una legión de abogados que, con su cotidiano trabajo profesional, puedan mostrar, con el mismo orgullo que sienten hoy, que la abogacía es capaz de aportar soluciones creativas a la creciente conflictividad que se presenta. Que puedan erradicar del inconsciente colectivo la imagen de “generadores de conflictos”, e instalar en su reemplazo la de “hacedores de la paz”. Este es, me parece, el mejor legado que podemos dejar a las futuras generaciones.

No quiero demorar más el ansiado encuentro de cada uno de ustedes con su merecido diploma y con sus seres queridos. Simplemente, ya para terminar, quiero decirles que la Facultad, esta querida Facultad que los albergó durante sus estudios de grado, estará siempre dispuesta a recibirlos para brindarles, con la misma generosidad y nivel de excelencia académica con que les brindó la educación legal básica, el perfeccionamiento o la actualización, vitales para un proceso de enseñanza y aprendizaje que, por el dinamismo de la realidad, exige una continua capacitación.

Señor Decano: agradezco el honor que me ha conferido al hacerme parte de este, tan trascendental como emotivo, acto de colación de grados. Estimados graduados: renuevo mis felicitaciones y les deseo el mayor de los éxitos en la vida profesional que están a punto de comenzar.

Muchas gracias.