Discurso pronunciado por el Dr. Ricardo Gil Lavedra

Acto de colación de grado del día 8 de octubre de 2004

Hoy no es un día cualquiera en la vida de todos ustedes, ni en las de sus familias.

Hoy es un día distinto porque dentro de pocos minutos van a recibir el diploma de abogados de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. Atrás quedarán muchos recuerdos, los primeros días, los sueños iniciales, mucho tiempo de esfuerzo, de estudio y de sacrificio…

Hoy esta Facultad los está despidiendo como alumnos y la sociedad los está recibiendo como abogados.

Por cierto, todas las profesiones y actividades cumplen una función social, porque todas contribuyen, en alguna medida, al bien común. Sin embargo, quisiera señalarles que la profesión de abogado tiene algunas características especiales que la diferencian de las demás. Los abogados trabajamos con un instrumento particular: las normas de derecho, desentrañamos su valor, los principios que se encuentran anidados en ellas, tratamos de interpretar la ley y ayudamos a resolver conflictos, o bien los decidimos. Esta tarea de trabajar con la ley, de “actuar” la ley posee una vinculación directa con los principios de toda sociedad democrática.

La democracia se sustenta en dos grandes ideas, el consentimiento y la igualdad; y ambas se expresan a través de la ley y en el estado de derecho. Sólo la ley gobierna una sociedad de iguales, cuando no se trata de una sociedad de iguales, se tratará del mandato del patriarca, del rey o del dictador.

Por supuesto que el abogado –ya sea en el ejercicio de su profesión, en la judicatura, o como asesor–, constantemente media en la resolución de conflictos a través de la ley. Y esta conflictividad que muchas veces presentan las sociedades, es directa consecuencia también de sus ámbitos de libertad, pues la libertad no trae quietud sino conflictos. Decía Montesquieu que es necesario escuchar a una sociedad para conocerla, si se escuchaba ruido hay libertad, si hay silencio hay tiranía. Y la resolución de todos esos conflictos, sólo puede encontrarse a través de una ley que suponga la igualdad de todos sus destinatarios.

El valor de la ley resulta relevante en momentos en que toda la región se encuentra atravesada por una cruel paradoja. La de sociedades en las cuales se vota regularmente a sus representantes, pero esta democracia electoral no se traduce en bienestar, sino en índices de pobreza y desigualdad indignantes.

En la ley se consagran los derechos cuyo disfrute resulta exigible para todos los ciudadanos, y se establecen los límites al ejercicio del poder.

En sociedades, como la Argentina, en las cuales la falta de respeto a las reglas, el abuso del poder ha constituido una regla, la lucha por el derecho, la lucha por el imperio de la ley son hoy una opción casi revolucionaria.

En esta lucha, los abogados, quienes trabajamos a diario con la ley, tenemos mucho que decir y hacer. No vivir sólo del derecho como medio de vida, sino en el derecho como modo de vida, lo que significa perseguir sus ideales a través de su vigencia, que no son otros que la eliminación de la injusticia.

Quisiera terminar con el recuerdo de una frase del célebre jurista alemán del siglo XIX, Rudolph von Ihering, quien en “El espíritu del derecho romano” decía que sólo la voluntad puede dar al derecho lo que constituye su esencia; la realidad. Por eminentes que sean las cualidades intelectuales de un pueblo, si la fuerza moral, la energía, la perseverancia le faltan, en ese pueblo jamás podrá prosperar el derecho.

Les deseo a todos ventura personal en la realización de sus proyectos de vida, y los comprometo a que todos juntos luchemos por el derecho, contra la injusticia, por la democracia.

Muchas gracias.