Discurso pronunciado por la Dra. Nancy Cardinaux

Acto de colación de grado del día 7 de marzo de 2008

Discurso pronunciado por la Dra. Buenos días.

Sr. Decano, Sr. Vicedecano, Secretarios, autoridades, colegas, egresadas y egresados, señoras, señores, niñas y niños que también escucho por allí. La mayoría de las veces los sucesos que luego van a formar parte de nuestra memoria sobrevienen sin que lo sepamos. Mientras los experimentamos no podemos anticipar la significación que más tarde adquirirán. Por fortuna, la ritual ceremonia que hoy celebramos impedirá que pase inadvertido este momento. El título y tal vez hasta la foto que hoy se llevarán los acompañará el resto de sus vidas. Se mudará con ustedes cada vez que se muden; adquirirá el color del tiempo, de ese nuevo tiempo que empieza a correr desde hoy en vuestras vidas.

Esta ceremonia a primera vista es puro presente. Se impone la circunstancia de que estamos un poco tensos; la familia, los amigos, los que están mirando; hay cámaras por allí; nos da miedo que algo salga mal. Esa es la pura vivencia del presente, un presente al que quizá muchas veces en sus vidas volverán para preguntarse qué esperaban hacer cuando se graduaron, del mismo modo que tal vez sea hoy un buen día para preguntarse por qué comenzaron la carrera de abogado, de traductor o de profesor de ciencias jurídicas. ¿Qué los llevó a querer ejercer el derecho, a querer enseñarlo, a querer traducirlo? Algunos tendrán una respuesta sencilla y otros no tanto.

Cuando pienso en por qué es tan valioso formar abogados, docentes en derecho y traductores hoy, suelo recordar una larga escena de una película en la que el protagonista cruzaba media selva sufriendo todas las peripecias que podamos imaginarnos en tal trayecto porque quería cumplir un sueño que de tan apasionado se había transformado en una necesidad: escuchar cantar a Caruso. Cuando finalmente llega al teatro, alguien se interpone en ese último tramo de su camino y le pide el boleto, y ese personaje, que tenía la potente mirada de Klaus Kinski, le dice algo así como “no tengo boleto, tengo derecho”. Quien le había pedido la entrada supo en ese instante ver el derecho en la mirada del otro y le cedió el paso. No era un capricho, no era un acto subversivo, tenía en la mirada la necesidad que da derecho.

La mayoría de quienes pueblan esta sala podrían teorizar al respecto. Yo no podía hacerlo la primera vez que vi la película pero cuando llegué a esta Facultad y en una de las primeras materias que cursé leí “La fuerza del Derecho” de Ihering, creo que empecé a entender de qué se trataba. Y confieso que todavía estoy tratando.

Hablando de miradas y de rostros, Lévinas escribió alguna vez que el otro lleva inscripta en la frente el no matar. Más allá de las profundas implicancias que esa frase tiene en su obra, creo que podemos tomar aquí la metáfora de unos derechos que son legibles en la frente de esos otros que necesitan que pongamos a su favor la herramienta tan eficaz que ustedes ahora tienen. Pero para ver la inscripción en el rostro y la mirada de los otros, habrá que estar atentos. Habrá que ser buenos lectores. Esos rostros no se dejan ver fácilmente; algunos están ocultos, otros han agachado la cabeza hace ya mucho tiempo, la mayoría ni siquiera sabe que es portadora de esa inscripción.

Quisiera dedicar un momento a quienes en este acto se acreditan como docentes. Esta Facultad ha tomado el compromiso de formar profesores en ciencias jurídicas para los niveles medio y superior, y allí encontrarán los egresados sin duda un gran desafío. El desafío es enorme porque en un clima social en el que mucho se le pide al derecho y poco se cree en él, acaso ustedes tengan que protagonizar un movimiento contracultural en las escuelas. Allí también habrán de descubrir miradas y rostros desconfiados que los interpelarán diciéndoles que el derecho es ineficaz, que sus condiciones de vida son una prueba palpable de esa ineficacia. Será pues enorme la tarea a cumplir, pero los invoco a que no pierdan la confianza en esos alumnos cuyo derecho a la educación, entre otros muchos derechos, debe ser provisto. Porque si no lo hacen ustedes, es probable que nadie más lo haga.

Si lográramos proveer un derecho a la educación de calidad en la escuela media, tornar efectiva la universalización que las leyes le han dado, contribuiríamos también a ampliar el número de estudiantes que lleguen a las universidades. Esa es una de las metas a proponerse porque está claro que son muchos más los que deberían conformar la comunidad académica, la comunidad universitaria.
Ojalá que durante estos años, además del derecho y la pedagogía que debimos enseñarles, hayamos sabido enseñarles también a leer rostros, a descifrar miradas, a confiar en vuestra capacidad para cambiar esas condiciones que parecen inmodificables. Si lo hacen, estoy segura de que comenzará por fin a resultar intolerable la injusticia que hoy toleramos. Porque nos hacen falta miradas nuevas para denunciar esa injusticia. Decía Monterroso hace algunos años: “de nada sirve declarar que el mundo es injusto si no se ha adquirido el derecho de lanzar ese lugar común con la fuerza de una verdad recién descubierta”. Ojalá que esa verdad recién descubierta encuentre en ustedes las más potentes voces que la lancen al mundo.

Muchas gracias.