Discurso pronunciado por el Dr. Marcelo Gebhardt

Acto de colación de grado del día 5 de junio de 2015

Marcelo Gebhardt

Marcelo Gebhardt

Buenas tardes; señor Vicedecano, Doctor Alberto Bueres; señor Secretario General de la Universidad, Doctor Juan Pablo Mas Vélez; señora Secretaria Académica; Doctora Silvia Nonna; demás autoridades; profesores; jóvenes abogados que hoy obtienen su graduación; señoras y señores.

Por invitación de nuestra Decana, me toca ocupar esta tribuna para celebrar con ustedes, los jóvenes graduados, la entrega de sus títulos ganados y merecidos. Este espacio, la Facultad lo viene cediendo ya hace años a universos profesores de muy distinta extracción y formación, lo cual exhibe una clara voluntad democrática de sus autoridades y, al mismo tiempo constituye un gesto de diálogo y de apertura que está destinado a marcar esta jornada, este inicio, para ustedes, de su carrera profesional de un impronta plural y dialoguista.

Como dije, este discurso está destinado a celebrar la obtención del título que después de varios años de esfuerzo y aprendizaje la Facultad hoy les confiere. Pero además queremos con este acto recibirlos a la comunidad profesional y desearles a los noveles colegas el mayor éxito en el ejercicio de sus tareas y en el desarrollo de sus proyectos. Esta ocasión festiva, también formal, nos da lugar también a que reflexionemos sobre nuestra misión en la sociedad, nuestra misión como abogados. No sólo porque el momento inaugural es siempre propicio para mirar para adelante sino porque también es esa sociedad a la que con su esfuerzo contribuyó decisivamente a vuestra graduación y es quien sostiene nuestra preciada Universidad Pública, y en particular nuestra querida Facultad de Derecho.

Los recién graduados son un ejemplo de sacrificio personal y no es casualidad que los estén acompañando hoy, aquí, sus seres más cercanos; y si ustedes expresan entonces un ejemplo de esfuerzo y de talento parece prudente, parece aconsejable tomar esa ejemplaridad y ponérsela al resto de la sociedad para que no se deje abandonar a los criterios pesimistas y agoreros que se le proponen a diario, sino utilizar esto que hoy celebramos para proyectarlo como un camino posible en la búsqueda de una sociedad justa y solidaria.

El título de abogado, que certifica estudios y conocimientos, es mucho más que una habilitación para el ejercicio profesional en los tribunales o para actuar en los conflictos individuales, es mucho más. El abogado es antes que nada un operador de la paz social, tiene como misión esencial ejercer el derecho como presupuesto de la realización de la justicia y estas formulaciones que pueden sonar teóricas o de mera circunstancia tiene una enorme gravedad en estos tiempos, porque los roles profesionales sufren el descreimiento de una sociedad castigada por la mentira, la corrupción y la inequidad social. Es paradójico que ni nuestra profesión ni las otras profesiones conserven la consideración de la sociedad que con sus recursos, con su esfuerzo prodiga esta estructura universitaria para la elevación del conocimiento. Hemos perdido prestigio y hemos caído bajo una crítica, muchas veces con generalizaciones inaceptables pero que muestra la desesperanza del hombre en nuestro esfuerzo y en nuestro trabajo.

Desde los claustros nos cuesta revertir esa mirada de la sociedad y ese desanimo, quizás no logramos en la tarea docente, por falta de convicción probablemente, inculcar esa esperanza en una sociedad mejor. Por eso es que me atrevo a proponer en esta celebración, pongamos nuestra atención y empeño en evitar el agobio y el desencuentro, realzando primero el orgullo de nuestras profesiones y de la abogacía en especial, con el propósito de que demos frutos extendidos en la tarea de afianzar la justicia y con ello elevar a nuestros conciudadanos a la dignidad que merecen. Y tan importante propuesta, me lleva a convocarlos en nombre de la Facultad, para que abrasemos nuestra profesión con la convicción de que está dirigida a lo más excelso de la creación, que es el hombre, que necesita convivir en paz y crecer para su elevación como ser digno y trascendente.

Los convoco a evitar que se vea nuestra profesión como un modo de enriquecernos personalmente y en cambio la podamos exhibir con nuestra propia conducta como un instrumento de realización humana, no sólo individual que es legítimo que así lo sea pero centralmente en lo social. No habrá realización del hombre en una sociedad frustrada. Los convoco para ello al trabajo y a la capacitación permanente. Sólo de ese modo seremos eficientes para contribuir al mejoramiento de la convivencia pacífica de nuestros conciudadanos. Los invito a que con ese objetivo de mejorar nuestras aptitudes, no se despidan hoy de esta Facultad.

Los profesores vamos envejeciendo, no hemos crecido nosotros, como ustedes palpitando desde la niñez en la revolución tecnológica, ni asistiendo a este estallido de las comunicaciones que les concede a ustedes un adiestramiento natural que a nosotros nos cuesta enormemente. Por ello los necesita la Universidad, quizá mucho más que a nosotros, los necesita como futuros profesores, los necesita como investigadores, tarea irrenunciable de nuestra Universidad de Buenos Aires. La innovación es imprescindible, y ella es impulsada por los jóvenes, esto ha sido así siempre, por eso los necesitamos.

Nuestra Facultad, por ejemplo ha reestructurado su carrera docente para que en ella puedan desenvolverse los graduados recientes que algún día, probablemente más cercano que lo que imaginamos, nos reemplacen y vayan formando, luego, los nuevos profesionales que vayan acompañando y comprendiendo estos fenómenos modernos que no cesan de evolucionar.

La Universidad además les reserva, no lo olviden, un sector importante de la actividad conductiva. Los graduados están llamados en nuestro estatuto, el estatuto de la Universidad de Buenos Aires, a ocupar un rol que se vincula precisamente con la necesidad de no perder contacto con el requerimiento de los ciudadanos. Quiero conjurarlos en una consigna, que el interés y los derechos cuya defensa nos sean confiados nunca puedan secundarisarse en pos de un logro personal de cada uno de nosotros. Es un modo con el que podremos persuadir a la sociedad de que habernos facilitado el acceso al conocimiento y a este título que hoy toca que les entreguemos, fue una gran idea que tiene la educación y el conocimiento como instrumento eficaz para superar el desencanto y la desesperanza de las que le hablaba al comienzo. Queremos proponerles que la verdad sea su pasión y el sentido de su esfuerzo el bien común de nuestra sociedad. Los convocamos a que se conviertan en artífices de la concordia y de la tolerancia, que aprendan a dialogar y a convivir en democracia, solo así podremos superar esta sociedad crispada y reclamante. Rechacen siempre los caminos tortuosos del soborno y de las componendas, que los reconozcan por su activadad y su amor por la justicia, que se los visualice intransigentes en cualquier atropello a los derechos que garantiza nuestra Constitución. Que vuestros padres, esposos, esposas, novias que hoy los acompañan y los rodean en esta celebración puedan enorgullecerse al verlos luchar por la verdad. No callen frente a la corrupción ni ante cualquier intento de devaluar a la justicia, y no olvidemos que nuestra voz debe ser todavía más firme y nuestro esfuerzo todavía mayor cuando defendamos a los más débiles y a los más humildes.

Señores abogados, bienvenidos al noble desafío de luchar por la justicia. No se convoca a cualquiera a semejante cosa, no los llamamos a una tarea fácil, deben defender la verdad. Pero ese es el orgullo de ser abogado.

Felicitaciones.