Discurso pronunciado por el Dr. Luis Mario García

Acto de colación de grado del día 16 de diciembre de 2011

Luis Mario García

Luis Mario García

Buenas tardes a todos.

Sra. Decana, Dra. Mónica Pinto, Sra. Secretaria Académica, Dra. Silvia Nonna, Sr. Subsecretario Académico, Dr. Sergio Brodksy que estaba acá y no lo veo ahora, Sr. Secretario de Investigación, Dr. Marcelo Alegre, autoridades de la Casa, profesores, profesoras, colegas, graduados, graduadas, señoras y señores.

Es un honor para mí que la Sra. Decana me haya pedido que me dirija hoy a ustedes, graduados, en este acto en el que recibirán los diplomas de abogado, profesor para la enseñanza media o superior en ciencias jurídicas, traductor público. Algunos de ustedes recibirán además el reconocimiento especial a sus méritos con el diploma de honor o la medalla de oro. Es también para mí una difícil carga. ¿Qué decir en esta ocasión que valga la atención de los presentes? Empezaré con los abogados.

¿Qué decir de los abogados? En muchos medios circula la siguiente humorada sobre los abogados. Un respetable profesor de Derecho despide a sus alumnos y les dice: “recuerden, lo más importante cuando se es abogado es saber que algunos casos se ganan y otros se pierden, pero en todos se cobra”. En su serie de litografías, “Les Gens de Justice" (Gente de Justicia), el inefable Honoré Daumier, nos presenta una con la caricatura de un abogado y su cliente abatido por haber perdido el juicio. Dice el cliente: “Hemos perdido señor, hemos perdido en todo lo que pedíamos, y usted me decía esta mañana que mi caso era excelente”.
El abogado contesta arrogante: “Por cierto todavía estoy dispuesto a sostenerlo si usted quiere apelar, pero le prevengo que no lo sostendré en la Corte por menos de cien escudos”. Las dos humoradas presentan una caricatura injusta del abogado. La profesión de abogado es una profesión liberal y no debería escandalizarnos que sea un medio de vida. En todo caso, es un medio de vida protegido por el art. 14 de la Constitución Nacional el de trabajar y ejercer toda industria lícita. ¿Por qué razón no habría de escandalizarnos que se exigiera a los abogados que actúen siempre pro bono?

Pero le diploma que otorga la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, como el resto de las Universidades argentinas, que aquí se llama título de abogado y no jurista o licenciado, habilita para el ejercicio de un campo de incumbencias que exceden mucho la idea de abogar en justicia o de litigación. Ese título no es entregado por una escuela de oficios que habilita a ganarse el pan, sino por una Universidad pública y gratuita que lo expide también en el marco de una dimensión política del ser abogado. Permítanme volver a la época de Honoré Daumier pero situarme esta vez en la joven Confederación Argentina.

En 1864, José M. Guastavino, Secretario de la Corte Suprema de Justicia de la Nación daba a luz en todos sus sentidos de la palabra el tomo inaugural de los fallos de la Suprema Corte de Justicia nacional. Los distraeré con unos pasajes del prefacio donde él decía: “Después de muchos años de lucha pero de esa lucha complexa entre la fuerza bruta y la idea, de esa lucha entre la democracia que extiende la participación de la voluntad e inteligencia individuales, en la composición y movimiento del gobierno y el sistema unitario que la reduce y la niega, la Nación Argentina ha legado ya a la historia de su vida, el día feliz de haberse constituido bajo el sistema democrático, representativo, republicano y federal. Ahora marcha, aunque no a paso de gigante, pero con esperanza fundada, a organizarse permanente bajo los ciertos principios del Derecho y la justicia. Es la Corte Suprema que con la justicia de sus fallos y con su acción sin estrépito pero eficaz, está encargada que la Constitución eche hondas raíces en el corazón del pueblo, se convierta en una verdad práctica, y los diversos poderes nacionales o provinciales se mantengan en la esfera de sus facultades. Es ella la que tiene que mostrar a los pueblos, a la Nación y al mundo, la bondad del sistema que no tuvo ejemplo ni preparación en la historia del linaje humano y destruir los argumentos con que sus enemigos han querido combatirlo. Las decisiones de la Suprema Corte es preciso que sean conocidas del pueblo”. Guastavino después de exponer sobre la necesidad de la publicidad para el conocimiento de los propios derechos y para asegurar el poder de la opinión pública como control de las decisiones judiciales, concluía: “Por estas razones creo hacer un bien en publicar los fallos de la Suprema Corte con relación a las causas. Esta publicación será con el tiempo en la República Argentina el gran libro, la gran escuela en la que todos, en particular los magistrados, los legisladores, los abogados y los estudiantes concurrirán a estudiar la jurisprudencia, la Constitución y la perfección o imperfección de las leyes para emprender su reforma en presencia de los resultados que produzcan en su aplicación”, decía esto Guastavino en septiembre de 1864. Este prefacio no anuncia una mera empresa editorial sino un proyecto político, una tarea fundacional a partir de la Constitución Nacional de entonces 1853-1860.
Los próceres de nuestra historia nos abrieron el camino de esa tarea fundacional con sus ideas de república ordenada en unión, libertad e igualdad. Algunos de ellos fueron abogados como Moreno y Alberdi por citar a los más ardientes. Pero no se trata hoy y aquí de instarlos a ustedes, a que los imiten o que se conviertan en los próceres de futuras generaciones, pesada carga ella para un día tan alegre. Se trata antes bien de advertirles que la tarea fundacional nunca está acabada, que lo que lleva generación de construcción pude ser destruido en un momento, que la república, la libertad y la igualdad son anhelos que nunca se alcanzan de manera perfecta y que los caminos nunca se agotan, que la evolución de la jurisprudencia es la más fiel muestra de que la tarea fundacional nunca acaba.

Permítanme ahora evocar cuatro palabras arcaicas que no figuran en el diploma de abogados que hoy reciben algunos pero que aluden a incumbencias de este grado: consejero, voceros, oidores y profesores. Consejeros o asesores son instrumentos de la paz si aplican su arte para la prevención de los conflictos. La paz por el Derecho, conflictos que es deseable sean evitados en lo posible tanto en los asuntos públicos como en las cuestiones de negocios y otras privadas. Voceros son llamados los abogados en las Partidas de Alfonso, el Sabio, porque son la voz de los que no tienen voz o de los que no saben hacerse oír. Oidores son los jueces porque cuando se le niega a alguien lo suyo no basta con que él tenga voz o vocero, necesita éste acceder a un juez que lo quiera oír y que decida sobre su reclamo. Los profesores profesan una fe, no me refiero solo a los abogados que llegaran a ser eventualmente profesores sino también a los profesores para la enseñanza media o superior en ciencias jurídicas. Rescato aquí la fe en las bondades de la organización republicana y en la superioridad moral de la lucha por el Derecho y la garantía de los derechos humanos en condiciones de igualdad, y sin discriminación ninguna. Esa labor fundacional no es menos imprescindible en las currículas de instrucción media y superior. El diploma que hoy reciben los abogados pueden usarlo para crear pleitos o como consejeros de la paz para hablar y escucharse a ustedes mismos, o para ser voceros de los que no tienen voz, voceros de mujeres, hombres y niños a los que se les niega la ciudadanía, voceros de mujeres, niños y hombres nacionales y extranjeros a los que se les desconoce la plena libertad en condiciones de igualdad, voceros del pueblo que anhela la república liberal, democrática e igualitaria, voceros de todo aquel al que se le ha negado lo suyo. Este diploma los habilita a obtener un empleo a sueldo para dictar sentencias decidiendo sobre la vida de otros pero también para ser oidores, oír a los que claman por ser odios y dar una solución a sus reclamos. Estos diplomas pueden usar los abogados y profesores para escribir libros inaccesibles y doctos o para difundir la fe en los principios jurídicos que profesan. Está en ustedes la elección entre la caricatura y la genuina profesión.

Esta Facultad también habilita con diploma a los traductores públicos que hoy recibirán el suyo. A primera vista puede aparecer la simplificación de que se habilita solamente en el dominio de la maestría de una técnica o arte para la traspolación de lenguas. Sin embargo, no pueden ser separados de la dimensión política a la que antes me he referido. Porque la habilitación para la actuación en cuestiones jurídicas los pone como auxiliares de los abogados en conexión también con esas ideas fundacionales que es preciso mantener. En el ejercicio de su incumbencia no podrán prescindir de ese espíritu auxiliar a esas ideas, aunque a veces ello no aparezca en el plano de la superficie.

Hoy esta Facultad de Derecho los despide a todos como alumnos, con los diplomas de abogado, profesor especialista o traductor público y los recibe como graduados en su claustro. Hoy la sociedad los recibe como abogados, habilitados para convertirse en consejeros, voceros, oidores y profesores, o como profesores, a quienes confían y fundan su fe en la formación jurídica de los habitantes como nuevos constructores de las ideas fundacionales. O como traductores cuya asistencia es muchas veces indispensable para auxilio de los anteriores.

Queridos colegas, de aquí se llevarán sus grados. Háganlo fructificar en el espíritu de la etapa fundacional que es permanente e inagotada. Estén orgullosos de los frutos que en ello obtengan, frutos que serán también el orgullo de esta Facultad. Las puertas están abiertas ante ustedes. Anden.

Muchas gracias.