Discurso pronunciado por el Dr. Javier Indalecio Barraza

Acto de colación de grado del día 26 de mayo de 2006

Hacer referencia a la Universidad de Buenos Aires resulta abrumador; máxime cuando esa referencia coincide en momentos de suma tensión. Sin embargo, debemos recordar que la Universidad de Buenos Aires y su accionar inyectó un torrente de vida a la ciencia que bulle rebosante de juventud por todo el mundo. Basta simplemente observar los grandes científicos, los premios Nobel, que ha dado esta Universidad para orgullo de nuestra patria. Entonces: ¿Qué podría decirse que no haya sido expresado por admirables especialistas de la materia y principales protagonistas? Si lo intento, es simplemente porque creo que fijar algunos conceptos sobre esta Alta Casa de Estudios, contribuirá a reflexionar sobre los días por venir.

La vertiginosa bibliografía y la consideración oficial elevaron a la Universidad de Buenos Aires, a la cúspide, por lo que frecuentemente olvidamos, que ese ícono signado por la reverencia y el respeto conformó, en su origen, un grupo de hombres enfrentados a las incertidumbres que siempre nos ofrece el destino, y que su creación no resultó del milagro ni del azar, sino de la voluntad de muchas personas. Porque el fruto de ese esfuerzo, ha sido la consecuencia del trabajo, la paciencia y, aun, de la artesanía. En ninguna de otras creaciones, se percibe ese relente de humanidad identificable con la Universidad de Buenos Aires, como en la vida institucional que debió afrontar.

Su trayectoria, nos emociona, porque se inició en una era precaria, en esos tiempos de a pie y de convulsiones. Lo que nos conmueve es, que ese comienzo marcado por la carencia y el descreimiento, no impidió que surgiera un proyecto generoso e integrador.

Por otra parte, cada vez que miramos su accionar, nos parece que se ha realizado mucho, pero al rever esta perspectiva, advertimos que falta mucho por decir y hacer. Toda obra es una evidencia y una incógnita. La Universidad de Buenos Aires nos enriquece como seres humanos, mostrándonos que, mediante la organización institucional, el hombre puede superar los confines de su condición y alcanzar un grado supremo de desarrollo; al tiempo que nos fulmina, haciéndonos conscientes de nuestra pequeñez, cuando nos contrastamos con lo inmenso de su gesta.

Por lo demás, esta Universidad, potenció los estudios y avances de la ciencia, a unas alturas que nunca habían alcanzado, poniendo un tope emblemático para quienes nos dedicamos a estas incumbencias; y renovó todas las disciplinas dotándola de una complejidad y sutileza tan vastas como la ambición fundadora que la animaba en sus orígenes.

Con su lucidez y energía, sus fundadores pergeñaron una organización que fuera la base angular del desarrollo de la ciencia que profesaban, convencidos que sólo las instituciones, pueden conglomerar disciplinas diferentes. Porque la ciencia estaba en su germen que no debía temerse por su descendimiento, sino aguardar su crecimiento. El intento, era comprensible, pero las instituciones, rechazan cualquier imposición -aun las doctrinales-. Y, así, la Universidad siguió cambiando, pues, nunca fue un producto cristalizado sino energía en perpetua transformación. De este modo, la vida y sus avatares fueron enriqueciendo y alterando su estructura original, probando en semejante labor su formidable vigor y su invencible resistencia, manteniéndose siempre una en las mutaciones, según esa dialéctica entre la tradición y la renovación que rige los grandes fenómenos culturales.

El objetivo que persiguió desde su fundación fue la promoción de la investigación, el estudio y la difusión de las ciencias. A tal fin, se desarrollaron cursos, seminarios y jornadas nacionales e internacionales.

Desde su origen, el criterio de incorporación de sus miembros fue ampliamente integrador, y en ese temperamento, su constitución estuvo siempre caracterizada por el perfil interdisciplinario, egresados de distintas universidades de todas las jerarquías, forman parte de sus filas.

Al final: ¿Supieron los fundadores de la Universidad que estaban creando una obra trascendente? No. Un ingeniero conoce previamente el producto final de sus proyectos, sabe cómo será la construcción que plasmó en sus planos; pero no se puede calcular la proyección de una Institución, porque se construye con las razones de la cabeza pero también con “les raisons du couer” parafraseando a Pascal. Y eso fue lo que hicieron sus fundadores, le dieron su inteligencia pero también su corazón.

No sabían al comenzar su empresa, ni aun con su notable perspicacia, lo que llegaría a ser, porque el corazón traza caminos incomprensibles para la razón. Quizás, pudieron intuir a medida que avanzaban que iban mucho más allá de lo preconcebido, porque la realidad siempre dinámica y cambiante es imprevisible y los actores suelen salirse del libreto diseñado. Y acaso no pudieron vislumbrarlo del todo, ni siquiera después de haber dado cima a su gran creación. ¿Qué es, entonces, la Universidad? Tal vez un símbolo de lo inacabable, del porvenir.

Para terminar, ninguna frase expresa mejor la situación actual de la Universidad, como aquella que dice Cervantes: la mayor felicidad es verse, viviendo; andar con buen nombre por las lenguas de las gentes; impreso y en estampa. Y la Universidad se encuentra viviendo, prueba de ello es su vitalidad y su presencia constante; impresa y en estampa también lo está, con la bibliografía abundante que a da a luz; y buen nombre también lo tiene. Aunque acaso en estos momentos de tensión y desencuentro, sea tarea de todos Ustedes -nuevos abogados- que el nombre de la Universidad sea mucho mejor todavía. Seguramente lo harán porque propiciarán el respeto del Estado de Derecho, de los valores democráticos, y el ideal de justicia. Que así sea, para bien de todos, para el bien de la República Argentina, nuestra amada patria.