Discurso pronunciado por el Dr. Guillermo Yacobuzzi

Acto de colación de grado del día 23 de agosto de 2013

Guillermo Yacobuzzi

Guillermo Yacobuzzi

Señor Vicedecano, autoridades de la Facultad de Derecho, profesores, colegas, señoras, señores. Este momento justifica reflexionar brevemente sobre lo que significa hoy en la Argentina ser universitario y profesional dedicado al derecho para quien considera a la universidad como una comunidad de estudiosos, alumnos, profesores, investigadores y colaboradores.

Hablar en este acto de graduación es un gran honor que agradezco y asumo. Los estudios universitarios orientados al saber jurídico exigen, como ustedes bien lo conocen por experiencia propia, entrega, disposición, búsqueda de verdad del bien y de la justicia a través de un alegre compromiso con la vocación que cada uno ha sentido y aceptado. De allí la solemnidad de esta jornada, donde se otorgarán a los egresados los diplomas que acreditan la obtención del título universitario con el que luego actuarán profesionalmente.

De todos modos, este marco formal no puede soslayar el aspecto festivo de esta ceremonia. El significado antiguo de las fiestas se vincula con algún hecho existencialmente trascendente para el grupo humano, algo que marca su historia, que incluso tiene un sentido religioso, por eso asume aspectos rituales pero sobre todo agradecimiento y recuerdo. Rescatando algo de este significado antiguo, hoy se está festejando un momento significativo para cada uno de ustedes, que señala una etapa cumplida de sus vidas y a la vez trae a la memoria elecciones que han debido adoptarse, sacrificios, esfuerzos que han resultado necesarios para avanzar y seguramente privaciones que se han tenido que soportar. Esta atmósfera festiva surge entonces de la alegría y la satisfacción por haber alcanzado la meta buscada, percibir la concreción exitosa del desafío que se han impuesto. Se justifica, así, esos rostros iluminados de esta primera fila a lo largo del salón. Sin embargo, aún, para quien pueda sentir que ha puesto el empeño individual más intenso y autónomo para llegar hasta aquí, debe reconocer que para alcanzar este diploma ha sido necesario el compromiso de muchos, algunos más cercanos y conocidos, otros carentes de identidad precisa. Por eso, como en toda fiesta, es importante lo que se memora, recuerda y agradece.

Esta Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires es más que sus aulas, más que este edificio, es el legado de una tradición marcada por la excelencia, la seriedad del estudio y el compromiso académico. Palabras que quizás hayan perdido, dentro de los discursos políticamente correctos de nuestros días, el encanto que siempre han expresado y ha de rescatarse. Ustedes son, entonces, parte viva y dinámica de esta tradición, y por eso, posibilidad de progreso, no hay desarrollo y bienestar sin tradición. Dicho retóricamente, el fuego originario no hubiera podido ser progreso si no se hubiera transmitido de una mano a otra. Siéntanse, pues, partícipes de esta historia. Pero reconozcan también que ustedes que están en estas primeras filas aguardando el diploma lo son porque han tenido el acompañamiento, el auxilio, la ayuda o colaboración de muchos de los que ocupan los asientos restantes. Están en este salón y están al alcance de su vista, personas con las que están ligados por lazos de familia, compañerismo, amor o amistad, personas que han visto limitado sus tiempos, bienes o deseos para hacer posibles o participar en los suyos. Muchos otros que ya no están presentes les han precedido generacionalmente, haciendo posible con sus privaciones y limitaciones este momento. Es más, miles de ciudadanos que no se han planteado siquiera la posibilidad de llegar a estas aulas, incluso que sufren exclusión, aportan también al beneficio de esta educación universitaria y gratuita, que puede ser comprendida por algunos sólo como un derecho del que se goza pero que básicamente resulta para cada uno de nosotros un compromiso que funda un deber. Deber es una palabra y concepto olvidada y ha de ser, pues, revivida y aplicada, por lo menos a partir de este momento.

Recuerden entonces, dentro de la satisfacción y alegría por la meta alcanzada, que el diploma universitario y la actividad profesional son la consecuencia de un esfuerzo personal pero integrado a un ámbito social y político, es decir, de relación con los otros. Por tanto, el ejercicio del derecho, la abogacía, son un servicio. Suponen una entrega y un compromiso que en la Argentina requiere el rescate por la dignidad de la profesión.

Para que los conciudadanos respeten la tarea jurídica, la del abogado, es imprescindible que cada uno de ustedes asuma los valores fundamentales de toda labor profesional, idoneidad, honestidad, lealtad, compromiso con la palabra empeñada, respeto por los colegas. Si a los abogados se los considera charlatanes, sujetos de los que vale la pena apartarse o al menos cuidarse, que encima en muchos casos tienen un semblante de ortiva, es porque no se ha actuado como profesionales a la altura del decoro que impone nuestro título, ese que han de recibir ustedes. No se consuelen, ni escondan detrás de la universalidad del juicio peyorativo para la profesión. Sepan que cada uno marcará en concreto la extensión de su dignidad como mujeres y hombres dedicados al derecho. Aquello que de modo tan expresivo manifestaba Salustio sobre este arte, pasar la vida practicando el bien.

Cuando lleven con ustedes el título de abogado o abogada, advocatus, recuerden que significa “el que es llamado a socorrer”. Su territorio práctico moral, como explicaba Celso, es el arte de lo bueno y equitativo, tienen a su cargo solucionar conflictos, no ser parte o instigadores de ellos. Son, por lo tanto, hacedores de concordia, de pacificación y de justicia. La Argentina aguarda y necesita de su actuación. Estén orgullosos y decididos, a la altura de esos desafíos.

Felicitaciones y muchas gracias.