Discurso pronunciado por el Dr. Daniel Rafecas

Acto de colación de grado del día 24 de octubre de 2014

Daniel Rafecas

Daniel Rafecas

Señor Vicedecano, demás autoridades, distinguidos miembros del cuerpo docente, magistrados, futuros colegas, señoras y señores.

Me ha tocado hoy el honor de estar ante ustedes en representación de esta casa de estudios, mi casa. Digo que es mi casa porque, a pesar de haberme graduado hace más de dos décadas, nunca me fui. Tras recibirme de abogado igual que hoy lo hacen ustedes, aquí he ejercido la docencia desde entonces hasta hoy y me he especializado y doctorado en mi campo de estudios: el Derecho Penal.

No es la primera vez que me toca, en suerte, enunciar un discurso de colación de grado en este Salón de Actos, lo he hecho en varias ocasiones anteriores. Releyendo aquellos discursos, algunos de hace ya muchos años, advierto cómo el paso del tiempo me ha ido cambiando la perspectiva acerca de lo que considero de importancia para el ejercicio de la profesión de abogado, para la cual esta casa de estudios los ha formado. Y tengan la seguridad que los ha formado bien.

Se supone que desde aquí debería obsequiarles consejos eruditos de cara a lo que les espera de ahora en más en su vida profesional. Diez años atrás lo hubiera hecho sin dudarlo desde una perspectiva dogmática, racional, científica, con citas de autores ilustres y frases en latín, que nunca faltan. Hoy, en cambio, prefiero hablarles desde una mirada más amplia que tenga en cuenta no solo las consideraciones de la mente sino también las del corazón y las del espíritu.

En primer lugar, les pido que busquen con la mirada a sus seres queridos que hoy los acompañan en ese recinto. Allí están sus padres, sus parejas, sus hijos, hermanos, seguramente habrá abuelos, tíos, primos, amigos y amigas. Pues bien, ustedes no alcanzaron solos este logro que hoy celebramos, no sortearon solos los obstáculos y desafíos que esta carrera ofrece. Es también gracias a todos ellos, que ocupan hoy las gradas y las tribunas que cada uno de ustedes ha llegado a este importante momento en sus vidas. Nunca lo olviden y no dejen de cultivar nunca esos vínculos con la familia y los amigos. Pues, en última instancia, es lo más importante que tenemos en nuestras vidas, lo único que nos queda. Que las metas profesionales nunca los distancie de sus seres queridos porque además ellos son los únicos que con una palabra en el momento justo, de frente y con franqueza les van a ayudar a corregir el rumbo o a evitar cometer errores que de otro modo van a lamentar o ustedes nobeles graduados a caso pensaron que ahora que tienen el título bajo el brazo ya no los van a necesitar. Si es así, lo invito a que reconsideren. Es más, creo que se merecen un aplauso todos los familiares y amigos que están aquí de parte nuestra.

Hoy tampoco puedo dejar de hablarles de otro aspecto que tiende a humanizar el ejercicio de la profesión. Me refiero a la capacidad de emocionarse, de ponerse en el lugar del otro, nunca lo pierdan. Un profesional insensible, tecnócrata, de perfil meramente burocrático es lo último que debe sucederles. El sistema social muchas veces los empujará a eso, no lo permitan. Personalmente, es mi mayor desafío y mi mayor temor el de levantarme un día y darme cuenta que me convertí en un burócrata, es como morir en vida, luchen contra esa tendencia de nuestras sociedades modernas.

La violencia estructural de nuestros países, la miseria y la discriminación, así como también el Terrorismo de Estado, Auschwitz y la ESMA se explican a partir de esta alienación de la persona en su vida social. Es por ello que de aquí en más durante los años venideros traten de no perder la capacidad de sensibilizarse, de indignarse, de revelarse ante la injusticia, especialmente de la que padecen los más débiles , porque según aprendí en todos estos años la indignación es el motor que alimenta la búsqueda incansable de justicia. Además, la apertura emocional en la abogacía es fundamental para comprender y llegar al fondo de un conflicto y de ese modo intentar dar una respuesta, una solución al mismo que reafirme la vigencia del derecho y promueva la paz social, sea en el ámbito civil, sea en el ámbito penal.

Finalmente, quisiera también hablarles de un valor que no está suficientemente considerado en nuestra cultura y, sin embargo, es crucial para regir nuestras vidas en todos los órdenes. Me refiero a la humildad. Si hay algo que hoy quisiera que se lleven de este discurso es este recordatorio: Sean humildes, todos ustedes son ciudadanos privilegiados con educación y ahora con un título de abogado de la Facultad de Derecho, seguramente cada uno de ustedes desarrollará en el ejercicio de la profesión liberal, en la carrera judicial, en la diplomacia, en la política, en el ámbito empresario, van a progresar, van a ser magistrados, profesores, funcionarios, legisladores, embajadores, juristas.

Mi deseo es que la humildad de carácter siempre los acompañe a lo largo de vuestras carreras porque además es la humildad la que los va a impulsar a seguir aprendiendo a seguir capacitándose, perfeccionándose. Les digo esto porque, así como en África se sufre una epidemia de Ébola, en Argentina sufrimos desde hace muchos años una epidemia de egocentrismo. Todo se toma a título personal como una cuestión de vida o muerte, hay divisiones internas, peleas y rencores. Si se dejara un poco de lado un poco el ego y se diera preeminencia a valores humanos para regir nuestras vidas y nuestras profesiones, las instituciones y el país en su conjunto funcionarían mucho mejor. Tenemos ante nosotros un ejemplo formidable de humildad en la figura del Papa Francisco que, en este sentido, es como un faro en medio de un mar tempestuoso. Tenemos que aferrarnos al timón y apuntar hacia ese faro de luz que hoy en día está iluminando a toda la humanidad como ejemplo insuperable de humildad.

Diría para concluir, en un acto como este, con la presencia de todos estos dignos profesores, docentes, colegas magistrados que ustedes eligieron para la entrega del título me hace pensar también en mis mayores, en aquellos que me formaron cuando yo era estudiante de Derecho. Pienso en Edmundo Hendler, pienso en David Baigún y en muchos otros. Ahora comprendo de donde vienen estos consejos que yo les traigo aquí. La decencia, la sensibilidad, la humildad son los valores que, tal vez sin proponérselos expresamente, sino con su ejemplo constante, mis maestros me transmitieron a lo largo de sus vidas. Cuando seamos nosotros los que lleguemos hasta el final del camino, ustedes y yo también deberemos rendir cuentas ante nuestros mayores. Nuestro cometido en la vida profesional deberá ser entonces que ellos, nuestros maestros, sientan que sembraron en un terreno fértil, que aquella semilla no fue sembrada en vano sobre un terreno yermo, devastado por las plagas de la soberbia, de la indolencia y de la ruindad.

Mis felicitaciones y mis mejores deseos para todos ustedes.