Discurso pronunciado por el Dr. Daniel Rafecas

Acto de colación de grado del día 22 de febrero de 2008

Sr. Decano, autoridades, profesoras y profesores, abogados y abogadas, señoras y señores.

Para mí es un verdadero honor estar frente a ustedes, aquí en la Facultad de Derecho, mi casa, en este momento trascendental en la vida de todos los colegas que hoy inician una nueva etapa en su vida profesional. Egresan de este ámbito académico en una época muy intensa para la ciencia del Derecho, embarcada en un proceso tendiente a no limitarse en su aplicación al estrecho lente del campo puramente teórico -que fue dominante durante buena parte del siglo XX- sino de hacer e interactuar las normas jurídicas, con los valores supremos cristalizados en la Constitución y, especialmente, con la realidad social. En términos de Kelsen, con el plano del “ser”, al cual aquéllas normas pretenden dirigirse.

Con esta óptica más abarcativa, el ámbito de actuación del Derecho adquiere una dimensión mucho más enriquecedora a que si lo hiciéramos encerrados en un gabinete abstraídos de lo que acontece en el mundo real. Claro, no es una posición cómoda para el abogado. Abrir su ámbito de responsabilidad profesional al plano de la realidad social, lo coloca en una situación en la que necesariamente tendrá mayor compromiso, y desnudará en él su perfil, que lo habrá de revelar como alguien más cercano o más alejado del modelo del Estado de Derecho. Personalmente, siempre creí que aquel modelo de abogado distante y aséptico, que no tiene en cuenta la realidad social en la cual está inmerso -en especial me refiero a la violencia estructural de nuestros países, la exclusión social y al sesgo discriminatorio con el que opera nuestro sistema judicial-, ese abogado distante y aséptico, lo hace procurando disimular su impronta conservadora, sus privilegios y su comodidad. Pero el avance de nuestra ciencia social en coincidencia con veinticinco años ininterrumpidos de democracia en nuestro país, está convocando a abogados y abogadas íntegramente formados en el marco del Estado de Derecho, como lo son todos ustedes, a ocuparse no sólo de diseños teóricos válidos, sino también eficaces. Alejándose de este modo de aquella postura aséptica y obligando al abogado no sólo a hacerse vulnerable frente a la constatación empírica de sus postulados teóricos, sino además y tal vez lo más importante, a exigírsele una coherencia profunda entre sus discursos y postulados teóricos, con sus prácticas e intervenciones reales en el sistema de Justicia.

Ahí está el triste ejemplo del penalista alemán Edmund Mezger, quien tras defender dogmáticamente un esquema de Derecho penal liberal tradicional y, por lo tanto, necesariamente conectado con principios constitucionales básicos como estricta legalidad y culpabilidad, en los hechos y simultáneamente participaba activamente del régimen nazi como asesor del Ministerio de Justicia del Reich. Demostrando con su ejemplo hasta qué grado de divorcio entre lo que se dice y lo que se hace pudo llegarse, merced a aquellas teorías del Derecho que pretendemos dejar atrás para siempre.

El panorama hoy en día es muy distinto. Las nuevas generaciones tenemos que aprender de los errores del pasado, teniendo en cuenta que desde el punto de vista puramente normativo, los derechos fundamentales ya están consagrados ampliamente, especialmente a partir de la Reforma Constitucional de 1994. ¿Allí termina nuestra tarea? No es así. Como bien señalan Ferrajoli, Bobbio, Perfecto Ibáñez, Alberto Binder, y tantos otros, la tarea decisiva del abogado hoy en día es hacer cumplir en el plano real lo que ya está consagrado en el plano ideal. En especial con relación a los derechos sociales garantizados constitucionalmente. Éste es el nuevo horizonte. Éste es el nuevo desafío que por cierto ya lo había vislumbrado el gran maestro Hans Kelsen. En Roma se decía: Da mihi factum, dabo tibi jus, “dame los hechos y te daré el derecho”. La fórmula en rigor tiene un sentido profundo y denota la unidad esencial entre los problemas humanos y sociales y sus soluciones jurídicas.

En definitiva, creo que la misión del abogado en el siglo XXI, sea desde el ámbito que fuere, no es otra que afianzar la consolidación de nuestro sistema de administración de justicia. En definitiva, de nuestro Estado social y constitucional de Derecho haciendo, retroceder los espacios de autoritarismo, de corrupción, de discriminación, de marginalidad, que aún subsisten entre nosotros.

La amplia convocatoria de este acto, la presencia de sus familias, sus amigos, sus profesores más queridos y respetados, demuestra que no estarán solos en esta lucha. Y nunca se olviden que la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, representada aquí por nuestro querido Decano, si asumen el desafío propuesto, siempre estará de vuestro lado. Del lado de la verdad y de la Justicia.

Mis felicitaciones para todos. Muchas gracias.