Discurso pronunciado por el Dr. Carlos Etala

Acto de colación de grado del día 27 de abril de 2007

Señor Decano, autoridades de la casa, señores profesores, señoras y señores, queridos egresados:

Sólo la memoria emotiva me permite revivir el entrecruzamiento de sentimientos y emociones encontrados que deben sentir ustedes en estos momentos. Alegría, ansiedad, incertidumbre por el futuro, entusiasmo, angustia, debilidades, omnipotencias.

Es contradictorio porque este es no sólo un acto de despedida sino también de bienvenida. Es de despedida a la exigencia y la ansiedad del curso y al examen, del requerimiento del profesor exigente o del disfrute del compañerismo cotidiano. Es bienvenida a una nueva vida que les espera solamente a ustedes, pero que ha de repercutir no sólo en vuestras vidas individuales sino que ha de tener consecuencias ineludiblemente colectivas. Esta nueva profesión que afrontan no sólo es una profesión liberal y, por consiguiente, de ejercicio eminentemente personal sino también y tal vez principalmente una profesión social. Si hay algo que tiene que ver con la sociedad es el derecho ya que es un fenómeno eminentemente social porque es un ordenamiento de la conducta humana que permite la convivencia en sociedad.

Quiere decir que el acto que se cumple hoy tiene para ustedes no sólo una significación indudablemente singular y familiar sino también, y principalmente, una dimensión social. Nosotros, los abogados, también desde luego los que han elegido la carrera judicial, tienen para la conciencia popular la importancia trascendente de ser representantes imaginarios o reales de la ley y de la justicia. La ley para el pueblo es sinónimo de una regla de conducta que permite la convivencia y la justicia no sólo representa la vigencia efectiva de la ley sino también de una equitativa distribución de méritos y cargas, de premios y castigos.

Todas las inconsistencias de nuestra sociedad, sus inequidades, sus arbitrariedades son atribuidas a la ley o a la justicia, o más precisamente a quiénes tienen la responsabilidad de sancionar las leyes, de aplicarlas o de ejecutarlas.

Nuestra profesión, queridos abogadas y abogados, está en la permanente mira de la sociedad y toda exigencia, y ésta es una exigencia perentoria, impone una respuesta. ¿Cuál debe ser la respuesta a este desafío que nos plantea la sociedad? Quiénes me hayan escuchado alguna vez en mis clases siempre he exaltado la grave responsabilidad que significa haber estudiado en esta querida Facultad de Derecho de nuestra también querida Universidad de Buenos Aires. Muchos trabajadores, muchos empresarios, muchos simples ciudadanos han hecho ingentes sacrificios para que nosotros hayamos podido estudiar gratuitamente en la Universidad de Buenos Aires. Es nuestro privilegio que ciertamente hemos ganado por nuestro esfuerzo y nuestros méritos pero no existe ningún privilegio sin la consecuente responsabilidad. La responsabilidad es, como dije, no sólo individual sino eminentemente social. La responsabilidad individual nos impone una indeclinable conducta ética en todas nuestras acciones. Nuestra responsabilidad social nos exige deberes más complejos pero no menos imperativos.

Esa idea popular que nos señalan los hombres de derecho como imagen y representación de la ley y la justicia tiene un alto grado de verdad. Algunos de ustedes serán legisladores o funcionarios públicos, y colaborarán en el dictado de leyes o en la elaboración de decretos o resoluciones administrativas. Muchos se desempeñarán en la justicia como funcionarios o magistrados y dictarán resoluciones y sentencias. También los abogados en las respuestas a las consultas, en sus dictámenes, demandas, respondes y alegatos que estarán colaborando diariamente en la construcción del derecho. Porque el derecho es no sólo un conjunto de actos materiales, sino también un conjunto de ideas, pensamientos y valores que además van constituyendo gradual pero firmemente una determinada conciencia jurídica colectiva. Hasta quienes creen no tener nada que ver con el derecho están, con sus conductas positivas y también con sus omisiones, conformando cotidianamente el derecho que nos rige.

El imperativo que se nos impone como sociedad es ir pasando de estados menos perfectos a grados más perfectos y avanzados de convivencia social. En esta tarea común, los hombres de derecho tenemos una responsabilidad ineludible y privilegiada. Es una lucha cotidiana que no admite descansos porque es parte de nuestra vida individual pero también y principalmente de nuestra vida social. Es ineludible aquí la referencia final a Rudolf Ihering, quien en su ya clásico opúsculo sobre “la lucha por el derecho” sintetizaba en su conclusión esta faena que nos atañe como personas y también como sociedad, con una sentencia del “Fausto” de Goethe: “sólo merece la libertad y la vida quien todos los días sabe conquistarlas”.

Eso es todo, muchas gracias.