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Año V - Edición 89 29 de junio de 2006

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Seminario Permanente sobre la Historia de la Facultad de Derecho – “Alfredo Palacios y el golpe de estado de 1930”

  • Nota de Tapa

En septiembre de 1930 el Dr. Alfredo Palacios era Decano de nuestra Facultad y en los sucesos previos al 6 de septiembre de ese año (y aún en los de ese día) los estudiantes de Derecho tuvieron un rol protagónico de importancia. Con la intención de conocer más acerca de aquel episodio, y continuando con las ya clásicas veladas en el Instituto Gioja, el Seminario Permanente sobre Historia de la Facultad de Derecho convocó el 21 de junio al Dr. Luis Suárez Herter para que disertara sobre el tema.

Suárez Herter comentó que su inquietud por la vida de Palacios surgió a partir de haber tenido el privilegio de conocer personalmente a Ricardo Rojas y a Matías G. Sánchez Sorondo, en la década de 1950, con quienes mantuvo entrevistas que le despertaron gran curiosidad. No obstante, ya había tenido oportunidad de conocerlo y escucharlo de cerca, cuando en 1957 Palacios visitó Santiago del Estero.

Pero antes de eso, lo que despertó su interés por conocer más acerca de este personaje de la política argentina era, ante todo, la admiración que despertaba en las arengas populares. “Ansiaba conversar con aquella figura mosquiteril, de cuidados bigotes (...), con su sombrero puesto (...), vestido con un ambo negro, una impecable camisa blanca y un moño también negro” —describió nuestro invitado.

Así, en 1963, y a la edad de 24 años, junto con un primo suyo, Suárez Herter se aventuró a dirigirse a la calle Charcas 4741, donde vivía el ex diputado, sin demasiados planes más que lograr algún tipo de entrevista. Esa casa, luego de 1943 le había sido rematada a Palacios por falta de dinero, pero un seguidor la había adquirido para dársela en usufructo vitalicio. “Mostraba a propios y extraños que se trataba de un hombre austero y decente” —agregó nuestro disertante.

El recordado parlamentarista los recibió en pijamas y algo envejecido ya, aunque no le faltaban sus clásicos toques de humor. Sorprendido ante dos visitantes que le manifestaban aprecio pero se confesaban “conservadores”, Palacios aprovechó para recordar algunas anécdotas que lo trenzaron en álgidos debates con el senador Sánchez Sorondo, quien fuera su más ferviente pero respetado adversario. “Yo —manifestaba el ex diputado— en todas las ocasiones dije lo que mi conciencia dictaba, con severidad, pero con ánimo sereno, sin agravios y sin expresiones hirientes. Fue por eso que conseguí leyes que mejoraron las condiciones sociales de los trabajadores y ése era mi más preciado deseo; un legislador que sólo hace oposición y no deja ninguna construcción legislativa, realiza una labor incompleta”.

Entre esas anécdotas, Suárez Herter recordó con particular admiración una lección de democracia pura que Palacios le dio al mismísimo Sánchez Sorondo, quien hacia 1935 elogiaba la labor de las dictaduras. “Yo le respondí —le contó el legislador socialista—: ‘Usted piensa así porque en la única ocasión que hemos vivido una dictadura, usted era amigo del dictador’”. Veinte años después, cuando ambos parlamentaristas se encontraron presos en la Penitenciaría Nacional (durante el gobierno peronista), pudo retrucarle definitivamente: “Dr. Sánchez Sorondo, ahora ni usted ni yo somos amigos del dictador y por eso estamos acá”.

Alfredo Lorenzo Palacios nació el 10 de agosto de 1878 en la provincia de Buenos Aires. Su padre, Aurelio Palacios, era uruguayo y abogado, y su madre, Ana Ramón, tenía 34 años cuando dio a luz. En 1904 Palacios fue elegido diputado nacional por la circunscripción de La Boca y ocupó su banca durante cuatro años. Sancionada la Ley Sáenz Peña, ingresó al recinto de la Cámara con 32 mil votos, junto con Juan B. Justo. Por un incidente que tuvo con el Dr. Oyhanarte, Palacios renunciaría más tarde a su banca y al Partido Socialista.

Hacia 1930 la Facultad de Derecho debió ser intervenida por el Rector de la Universidad, que en aquel momento era Ricardo Rojas, y el 24 de julio de ese mismo año Alfredo Palacios fue designado Decano por 74 votos contra 21. Sin embargo, ejerció su función por sólo seis semanas, hasta que se produjo la violenta irrupción del orden institucional. Según recuerda nuestro invitado, días antes de aquella ruptura, Palacios se dirigió a los alumnos de la casa de estudios que se manifestaban adversos a Hipólito Yrigoyen: “Es, en efecto, un gobierno inepto el de nuestro país, pero la juventud debe fiscalizar celosamente a la oposición, que no siempre es digna y detrás de la cual se agazapa el ejército. (...) La juventud no podría honrosa llamarse así si permitiera, sin que la masacren, que gobernara el país una dictadura militar. (...) En mi carácter de decano de esta casa de estudios, declaro que si se constituye una junta militar, repudiándola y desconociéndola, e incitando a la juventud a que se prepare a derrocarla, aún con el sacrificio de sus vidas. (...) Cuando mandan los tiranos, los hombres dignos que se rebelan no tienen más que dos caminos: el destierro o la cárcel”.

Luego, el 5 de septiembre de aquel 1930, Palacios firmó junto con Julio V. González y Carlos Sánchez Viamonte una declaración dirigida “a los hombres que ejercen funciones de los poderes constituidos” para que “ejecuten el mandato expreso de la juventud y eviten (...) el advenimiento de sucesos desdorosos, cuyos efectos serán irreparables” y exigiendo “la renuncia del Presidente de la Nación y la inmediata instauración de los procedimientos democráticos, dentro de las normas constitucionales”.

El 6 de septiembre Yrigoyen fue derrocado por un pronunciamiento militar, en cabeza del General Uriburu, y el día 7 Palacios firmó una resolución desconociendo al gobierno militar, junto a Mariano Calvento, Jorge de la Torre, Eusebio Gómez y los profesores José Peco y Antonio Cammarota.

A fines de 1932, fallece en París el General Uriburu y en el Senado se sesiona el día 3 de mayo. El senador Alfredo Palacios pidió la palabra: “Lo he combatido en momentos en que él tenía en sus manos la plenitud del poder y los resortes innumerables de la fuerza, mientras que yo no tenía en mi amparo resguardo de ningún género. Lo hec combatido por simple lealtad a mis convicciones y principios y en defensa de los ideales colectivos y del provenir de la Nación, tales como yo los interpretaba. Pero cuando se abre su sepulcro lejos de la patria (...), cuando el adversario va a comparecer ante el perenne y severo tribunal de la historia que preside los tiempos, yo depongo mis armas de combate y le rindo el homenaje que los guerreros de las leyendas homéricas otorgaban al enemigo que había mostrado su valor en la batalla”. 

Para Suárez Herter, Alfredo Palacios fue un hombre singular que estuvo siempre al servicio de la República, como lo muestra su incansable defensa de la justicia y la libertad.