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Año IV - Edición 69 16 de junio de 2005

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El papel de la mujer en Roma a través de fuentes literarias y jurídicas

  • Nota de Tapa

Como una manera de desmitificar la creencia de que la discusión sobre temas de género fue un fenómeno particular del siglo XX, el pasado 30 de mayo la Dra. Martha Patricia Irigoyen Troconis, profesora de la UNAM (México), disertó en el Salón Rojo sobre El papel de la mujer en Roma a través de fuentes literarias y jurídicas.  Demostró que la preocupación por los derechos de la mujer datan de mucho tiempo atrás y tuvieron incluso un auge antiguo poco rememorado. La visita de esta docente especialista en instituciones griegas y romanas y en filología clásica, se debió a la iniciativa del Abogado y Licenciado Emiliano Buis –docente de nuestra Facultad y de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA–, quien ofició en carácter de presentador.

La profesora Irigoyen repasó cierto proceso de sometimiento, auge y ocaso de las libertades femeninas en Roma, comenzando por la represión absoluta en plena República romana y culminando en los aires de redención característicos de la transición y el posterior advenimiento del Imperio tradicionalista.

En la Roma Antigua, la separación de las labores entre hombres y mujeres estaba basada en ciertas concepciones religiosas y jurídicas a partir de las cuales se distribuían los distintos roles sociales. Así, se podía encontrar el modelo de mujer bajo la figura de la mater familias que, a través de textos literarios escritos por varones, nos llega descripta desde una visión masculina del mundo de esos tiempos. La ley monárquica, que luego será la ley de imperio, sólo reconocía plena capacidad política a los varones y esto incidía indirecta pero definitivamente en el plano familiar.  El único titular de la patria potestas era el pater familias, quien era a su vez el que creaba la figura femenina de la matrona, título que era adquirido por la mujer luego de la celebración del matrimonio.

Citando a los autores de la época, Irigoyen parafraseó a Cicerón, que concebía la capacidad de la mujer como una debilidad de juicio parecida a la insanía. Por su parte, Gayo también acusaba una debilidad de ánimo en la mujer para justificar su puesta bajo el control de los tutores.  Incluso en el Digesto romano se reafirmaba la debilidad del sexo. Por el contrario, Séneca hablaba de una fortaleza de espíritu en la mujer en oposición a la fortaleza física masculina. Ese semblante superior estaba fundado en las virtudes de madre y a la vez en el carácter femenino de procreadora de futuros ciudadanos romanos. De ese modo, Irigoyen concluyó que en plena época republicana, la mujer se transformaba económicamente en un objeto de compra por parte del marido y luego en un objeto de su uso.

Menos tajante era la jurisprudencia romana, que fue bastante cautelosa en cuanto a la figura de la mujer, realzando la honestidad y la honra -o decencia- como requisitos esenciales para ser reconocida como madre. Por otra parte, se le atribuían ciertos privilegios a las mujeres casadas con personas excelentísimas, quienes llevaban excepcionalmente la condición de tales, dado que una vez que se casaban adquirían el nivel social del esposo. La jurisprudencia también declaraba que las mujeres no podían desempeñar ninguna tarea pública.

En la vida social, Irigoyen comentó que durante la República la mujer mantenía una postura pudorosa y austera hacia el exterior. De hecho no tomaba vino puro ni podía gozar de placeres sexuales puesto que ello se consideraba una actitud deshonrosa para el varón. El marido podría incluso castigar y hasta matar a su esposa si ésta cometía adulterio o se emborrachaba. Por el contrario, la mujer no tenía ningún derecho para defenderse de las conductas homólogas de su esposo. Recordó también Irigoyen que la vestimenta de la mujer era discreta, y hubo alguna legislación de corta duración que le imponía cubrirse con velos y ahorrar en joyas.

Finalmente, en materia económica, la autonomía de la mujer de fuerte herencia podía jugarle en contra, ya que la independencia económica de la mujer llevaba consigo una conducta de carácter en otros ámbitos, hecho que le restaba docilidad y las volvía poco atractivas para los hombres.

El proceso de progresiva liberación femenina se gestó hacia el siglo I A.C., en plena transición de la República al Imperio, y es un período que está marcado por el nuevo afán de riqueza desmedida de las mujeres y, en palabras de Séneca, ellas se transforman en natas competidoras de los hombres tanto en los ámbitos de la cultura como en las conductas sexuales. Los hombres, al mismo tiempo, ven caer la concepción tradicional paternalista que les garantizaba plenos poderes y temen ahora por la tergiversación de las costumbres. Estos rasgos se ven retratados en sátiras de la época, por autores como Juvenal y Séneca, entre otros. En ese momento comienza la mujer a ejercer algunos oficios liberales, como la peluquería o la obstetricia, y también crece el número de abortos para poder mantener cierta autonomía.

Todo este proceso de liberación de la mujer romana, que acompañaba la expansión territorial del nuevo Imperio, cambió radicalmente el marco normativo que reconoció finalmente el derecho a la mujer a disponer de sus bienes adquiridos por testamento, entre otras novedades. Sin embargo, una actitud reaccionaria no se haría esperar mucho. Fue así como Augusto emitió ya a comienzos de la era cristiana unas normas autoritarias imponiendo a los varones a contraer matrimonio y a las mujeres a ser abstemias y tener hijos sólo con sus maridos, penando gravemente las relaciones extramatrimoniales, incluso con el exilio.

El Estado a partir de allí se inmiscuyó definitivamente en la intimidad de las personas y comenzó desde entonces un retroceso y una mirada hacia el pasado que estarán marcados por un retraimiento profundo de los avances logrados por la mujer. El reconocimiento en pie de igualdad de los diferentes sexos se verá relegado fuertemente hasta recién entrada la modernidad tardía.