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Año IV - Edición 75 29 de septiembre de 2005

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Clase de despedida del Dr. Julio B. Maier

  • Nota de Tapa

Con motivo de su despedida de la docencia, uno de nuestros más distinguidos profesores, el Dr. Julio Maier, ofreció una clase especial el día 24 de agosto en el Aula Magna. Lejos de ser un acto meramente formal, este procesalista y penalista cordobés dejó su visión personal y crítica sobre la actualidad del derecho penal y el derecho procesal penal.

Maier pretendió ensayar por qué se discute tanto respecto de una crisis del derecho penal actual.  Ante todo se declaró “excesivamente pesimista sobre el mundo político en general” y explicó que por ello prefiere retirarse a tiempo del mundo intelectual, dentro del cual, además tampoco logró encontrar una solución satisfactoria a este problema.

“No fui ni soy un abolicionista”, aclaró; aunque sí aceptó que el límite aparece cuando existe un trato desigual por parte del orden jurídico hacia sujetos que son vistos como excluidos o como enemigos. En ese sentido, advirtió que el verdadero obstáculo para embanderar este conflicto como una lucha —o para desearla— es que quien hoy es concebido como enemigo entiende como su contrario a todo aquel que actúa de acuerdo a derecho y, en consecuencia, le aplicará las mismas normas si vence en el combate algún día.

Absorbido por este fenómeno, Maier confesó que siente perplejidad cuando analiza el derecho penal actual, sobre todo por la esquizofrenia del doble discurso. “Creo que asistimos a un cambio estructural del derecho debido al cambio en la concepción del poder político”, sostuvo. Agregó que la expansión o inflación del derecho penal es el símbolo más palpable que existe de ello. Ya no parece concebirse ninguna legislación —incluso civil— que no contenga alguna cláusula que imponga una pena. El abandono del principio de subsidiariedad —entendido como la utilización en última ratio del derecho penal— conduce a la bastardización del instrumento como mecanismo útil para la política social. Es decir, para Maier el derecho penal se ha convertido en una creación simbólica merced a intereses particulares —como la demagogia política o el espectáculo mediático— con el agravante de que el poder judicial no sólo confirma sino que agrava el carácter selectivo.

Sin embargo, su diagnóstico no se centró sólo en la práctica sino también en el estudio intelectual. “Hoy el interés está puesto casi únicamente en la parte especial, a la par de un derecho penal multinacional que comienza a ganar espacio”.  Criticó, además, que se haya perdido el interés en el juicio al imputado y sus garantías. Esto demuestra, según sus palabras, la subsistencia de un criterio meramente eficientista de la materia.

En relación con lo mismo, Maier ve una tendencia a pensar el derecho penal como una medicina milagrosa para todos los problemas que se presentan en una sociedad organizada. Todas las reglas intentan prevenir el futuro y se cree con una fe absoluta en su eficacia. No se trata entonces de punir una conducta histórica sino de poder controlar peligrosidades presuntas y eventuales. Así, un derecho penal que pretendía proteger bienes individuales, hoy procura la defensa de intereses universales (narcotráfico, salud pública, medio ambiente, etc.) basados en criterios amplios y vagos. Para Maier, esta punición de delitos abstractos y la indefinición del hecho punible acaban con el principio histórico de legalidad y el mandato de certeza.

Ahora, si bien para el profesor todo este fenómeno aparece como garante de la nueva sociedad capitalista de riesgo, aun así no se entiende tanta exageración en las penas privativas de libertad. Los efectos de ello, según él, pueden ser tan sólo simbólicos porque del lado empírico se demostró numerosas veces su ineficacia preventiva.

Ya en el ámbito del derecho procesal penal, Maier explicó que cuando se pretende ver al proceso como una batalla contra el enemigo, los procedimientos aparecen no antes sino después del castigo como modo de legitimar la pena impuesta. “Los principios básicos de garantía del debido proceso han quedado vacíos”, sentenció, dado que se han privilegiado métodos que penetran la intimidad y abusan del secreto investigativo. De esta manera, ironizó sobre si trata de una evolución o involución de la materia. Pero la mayor preocupación de Maier es que ya ni siquiera el jurista, que piensa con ideas de la Ilustración, es el protagonista de los procesos, dado que el derecho penal actual prefiere las opiniones de los sujetos menos aptos y menos informados, y las conclusiones más fáciles y menos garantes. La conclusión fue tajante: “La vida doble y el mensaje contradictorio que emite el derecho penal es muy obvio y resulta de bajísima calidad”.

Sin embargo, no se quedó en la crítica y propuso humildemente una solución posible. A su juicio, luego de haberse suprimido la pena de muerte, debiera dividirse la materia en penas privativas de libertad, por un lado, y que las otras penas leves formen un ámbito apartado. En la primera selección deberían primar todas las garantías y mediante esas penas procurar la protección sólo de los intereses básicos y supremos de los individuos. En cambio, cuando hablamos de otras sanciones o multas leves podrían admitirse disminuciones en la prueba y las garantías procesales intentando acuerdos entre el Estado y la parte involucrada.

Claro que Maier propuso esta alternativa como vía primaria, puesto que delegó a las generaciones futuras el desafío de lograr que el derecho penal deje de marginar a los ya marginados, que es en definitiva lo más importante a lo que se debe aspirar.

Finalmente, y antes de comenzar el debate con el público presente, el Dr. Julio Maier enunció unos emotivos agradecimientos entre los cuales incluyó a nuestra Facultad que, sin duda alguna, también le remite la más sincera gratitud por su dedicación.