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Año IV - Edición 78 10 de noviembre de 2005

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Seminario Permanente sobre Reforma Política – Los Estados fracasados y el caso argentino

  • Notas

¿Puede un país construir su fracaso con premeditación? Esta reflexión, como tantas otras, pudieron extraerse de la disertación del Dr. Eduardo Conesa, “Los Estados fracasados y el caso Argentino”, que con aguda crítica esbozó el 17 de octubre en el Seminario de Reforma Política organizado por el Instituto de Investigaciones Ambrosio L. Gioja de la Facultad de Derecho.

El Dr. Conesa –Director del Departamento de Ciencias Sociales de la Facultad– indagó con profundidad la posibilidad de una ruina argentina aprovechando el interés renovado mundial por el estudio de los Estados fracasados, por ser éstos —supuestamente— el albergue y la causa del terrorismo.

Tomando a Francis Fukuyama, ejemplos de Estados fracasados serían Afganistán, actualmente Irak, algunos países del África y otros de América Latina –entre los cuales se encontrarían Haití, Bolivia, Ecuador, Colombia y, tal vez, la Argentina–. Esto se debe a que en ellos no se cumple la definición de Max Weber, según la cual “el Estado es una comunidad humana que reivindica con éxito el monopolio del uso legítimo de la fuerza física dentro de un territorio determinado”.

Escéptico respecto de las teorías antiestatistas post-soviéticas, Conesa recalcó que hoy se ha abandonado esa moda y se parte del reconocimiento de que un Estado eficiente, sea grande o pequeño, es esencial para el desarrollo económico de cualquier país. Así como EEUU y Nueva Zelanda han logrado mantener un Estado pequeño pero de gran eficiencia, Argentina pasó en los noventas a ser un Estado mucho más chico pero a la vez muy ineficiente. Sin embargo, nuestro profesor guarda cierto optimismo: “el caso de la Argentina está en el límite, sin llegar a ser un Estado totalmente fracasado todavía”. Más aún, sostiene que en realidad la Argentina se está ahogando en un vaso de agua y que no es difícil poder llegar al éxito si se logra realizar una reforma muy especial del Estado.

A través de un estudio fenomenológico, Conesa intentó recopilar pistas del fracaso argentino. El primer síntoma lo encontró en los ocho golpes de Estado, el terrorismo de los setentas y la guerra de Malvinas. Luego enumeró los seis fracasos en materia económica: la pérdida del monopolio de la emisión de moneda, la hiperinflación, la abultada deuda externa, la caída histórica del PBI, la desocupación y la emigración. Agregó siete fenómenos de corrupción: la cesión de jurisdicción (ej. CIADI), la substitución por Estados extranjeros en la provisión de servicios públicos (la mayoría de las privatizadas son en realidad empresas manejadas por otros Estados), los sobresueldos, el trabajo infantil, la inseguridad, la compra de leyes y los empleados públicos clientelares.

El problema, según Conesa, comienza estrictamente a mediados del siglo XX con el fin del sistema educativo estatal creado por Sarmiento. No obstante, lo más grave y lo que podríamos llamar el “gen” de nuestro fracaso constante, es el alto riesgo de la transición política. Éste se debe a la falta de una administración pública de carrera, en el sentido de que lo que tenemos es un Estado clientelista. De esta manera, se produce que en cada recambio político se pongan en juego demasiados intereses —o puestos de trabajo—. Una de las mayores evidencias de la democracia clientelista argentina es el enorme número de afiliados de sus dos grandes partidos; a diferencia de lo que sucede en los grandes partidos europeos o estadounidenses. Allí nunca los partidos son los que alimentan a la administración publica de base sino que ésta es seleccionada sobre la base de la idoneidad profesional y la carrera administrativa.

Citando un viejo modelo de Vilfredo Pareto, nuestro disertante argumentó que la prosperidad se maximiza cuando hay completa movilidad entre la clase gobernante y la gobernada y donde aquellos que gobiernan son los mejores calificados para hacerlo. 

Ellos son individuos inteligentes pero a la vez con fuertes "persistencias". Así se han formado las burocracias francesa y japonesa. Es la perpetuidad en el poder de la gente menos capaz para gobernar la que corrompe el sistema y provoca los golpes de Estado.

En base a estos diagnósticos, Conesa propuso los cambios que deberían realizarse para llegar al éxito. En materia económica, se debe dar espacio de maniobra a la política monetaria (sin la cual Argentina se ahogó en los noventas). A su vez, debe aplacarse el bimonetarismo, que genera un riesgo permanente de hiperinflación. Pero por sobre todo, debe darse una reforma política integral del Estado que termine con su costumbre clientelar. Tiene que formarse un sistema de nombramientos sobre rígidos concursos, de modo que se genere un entusiasmo competitivo y se fomente la evolución del conocimiento y la promoción social con base en la educación. Un sistema meritocrático hará que exista un control recíproco dentro de la pirámide de funcionarios y permitirá el control de la clase política. Esto jerarquizará la administración pública y valorizará a sus funcionarios.

Para Conesa, de continuar con el sistema vigente, lo mejor que puede ocurrirle a la Nación argentina es mantener “su mediocridad actual y su añejo subdesarrollo”.

Después de escuchar estas conclusiones, nos queda la siguiente sensación: probablemente la Argentina nunca fue un gran país; pero tampoco es tan grave que no lo haya sido. Como dice algún filosofo contemporáneo, “la valoración de nuestros fracasos sea tal vez la única manera de poder llegar algún día a conquistar el éxito”.