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Año V - Edición 83 30 de marzo de 2006

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La condición del artista en la sociedad argentina actual

  • Notas

Tal vez a simple vista se pueda pensar que el arte, el ámbito de lo estético, poco tiene que ver con la rigidez y la frialdad propias de la norma jurídica. Sin embargo, no son pocos quienes sostienen que toda verdad ha sido preferida por su belleza o su magnificencia, e incluso hay quienes demostraron que el poder se expresa siempre en formas simbólicas y, por ende, estéticas. Pues bien, seguramente el arte y el derecho tengan algo en común ahora, de modo que no resulta tan extraño que en nuestra Facultad se complementen ambos mundos en una misma jornada. Esto sucedió el pasado 15 de marzo cuando en el Salón Rojo se dispuso una mesa redonda para debatir sobre “La condición del artista en la sociedad argentina actual”, de la cual participaron activamente el Dr. Miguel Ángel Ciuro Caldani, el Dr. José Miguel Onaindia, el Sr. Rubén Szumacher y el Dr. Mario Ackerman.

De manera introductoria, el Dr. Ciuro Caldani justificó la realización de la actividad dando a entender que la profesión del artista es casi siempre una labor plagada de obstáculos que el derecho debería ayudar a apaciguar. De esta manera, recordó a un personaje como Mozart, quien atravesó toda su vida componiendo obras magníficas al tiempo que sufría las peores dificultades. No obstante, el Dr. Ciuro Caldani también recalcó que el arte ha sido a lo largo de la historia uno de los motores más fuertes de enriquecimiento de las concepciones jurídicas. En tanto “lo más profundo de la cultura se expresa en el arte”, resulta razonable pensar que el derecho, cual raigambre de la cultura, dedique también un programa específico a la protección y promoción de sus artistas.

Seguidamente, el Dr. Onaindia se introdujo de lleno en la discusión. Para comenzar, señaló que hoy existe en nuestro país toda una puesta en escena en materia de política artística, llena de palabras pero vacía de acciones concretas: “Si bien hay una actividad cultural robusta, esa producción artística no tiene una repercusión social importante”. Agregó además que uno de los graves problemas es que el grupo que participa de estas actividades es cada vez más pequeño. Sin embargo, lejos de la sorpresa, el Dr. Onaindia ve en este fenómeno una clara representación de la fragmentación social y económica de la sociedad argentina, cuya manifestación más cabal aparece en los nichos culturales.    Cuando esto sucede —señaló nuestro invitado—, hay una responsabilidad que el Estado debe asumir.

Ahora bien, Onaindia advirtió que se debe tener cuidado cuando se le reclama al Estado un mayor fomento de las actividades expresivas. No porque la ayuda vaya a resultar negativa en sí, sino porque pueden surgir ciertos efectos no deseados. A saber: la necesidad de ayuda suele provocar una relación de dependencia que subordina a la comunidad artística; además, el peligro mayor que presenta la relación entre arte y Estado, es la posible eliminación de un sector determinado, bien porque no coincide con los cánones de la época, bien porque no llega a hacerse conocer. Por otro lado, nuestro orador indicó que no hay una vinculación estrecha entre la actividad cultural y la actividad educativa y no hay una preparación de nuevos públicos. “Hablar de Estado democrático hoy en día, es hablar de un estado que permite que una mayor cantidad de individuos puedan expresarse con libertad” —cosa que no se enseña. Es en esta esfera multimodal que según Onaindia el Estado debe intervenir para fortalecer la cultura del país.

Rubén Szumacher, por su parte, definió al artista —parafraseando a la cultura popular— como alguien que se ocupa de lo que no es necesario para vivir; y es por esto que cuando hay que reducir un presupuesto, por lo general, lo primero que se hace es bajar el presupuesto de la cultura.

Siguiendo con la caracterización, Szumacher sostuvo que tanto como el científico, el artista es el propulsor del avance y de la transformación; y en su versión “trasgresora”, es quien hace avanzar a la sociedad en términos culturales. Agregó a lo dicho por Onaindia, que en general el Estado Argentino se hace cargo de los artistas cuando éstos ya se hicieron cargo de sí mismos y garantizan ser cierta “mercancía”. En esa competencia que se da entre el Estado y el sector privado por captar los réditos, es el artista quien debió soportar primero los costos.

Desde una perspectiva más psicológica, Szumacher señaló que existe una actitud perversa de la sociedad para con los artistas, siendo que si bien se le reconoce al ámbito artístico el talento de la transformación, a su vez se lo desprecia y se lo relega en una actitud de negación neurótica.

Por otro lado, también realizó una distinción fundamental en lo que hace a la concepción que el Estado tiene respecto al arte. Una cosa es pensar en recursos de bienestar o de mejoramiento de la calidad de vida –como ser las obras de teatro para jubilados o la pintura terapéutica para personas con discapacidad– y otra es poder entender que en realidad el arte es esencialmente algo “no utilitario” que poco tiene que ver con eso.

Para finalizar, agregó que gran parte del “intenso” movimiento cultural de la ciudad de Buenos Aires es menor de lo que se dice. “No hay desde la clase política una mirada que permita distinguir donde se encuentra el verdadero centro artístico. A este problema se le suma la falta de interés por parte de los legisladores y del sector político en los eventos culturales”.

Fiel a su estilo, el Dr. Mario Ackerman comenzó su exposición retomando la frase de su antecesor, “los artistas trabajan de algo que no es necesario para vivir”, a la que calificó “propia del utilitarismo del siglo XIX”. En oposición, su opinión fue que el arte sí es necesario para vivir porque sin arte la vida no tendría sentido.

Desde el derecho laboral, el Dr. Ackerman hizo referencia al artículo 4º de la LCT, que dispone que el contrato de trabajo tiene por objeto la actividad productiva y creadora del hombre y sólo después ha de entenderse que media entre las partes una relación de intercambio económico. “¡Esto es mentira!” —señaló—, dado que “no trabajamos para desarrollar una actividad productiva y creadora; trabajamos para ganar dinero”. En consecuencia, Ackerman indicó que detrás de esto está la libertad negada tres veces: por la imposibilidad de elegir entre trabajar o no hacerlo, por la imposibilidad de elegir al empleador, y por la subordinación frente a las órdenes de éste último.

Dados estos presupuestos, nuestro profesor se preguntó: ¿Cómo hacemos para que aquel que trabaja por necesidad como artista desarrolle, en ese contexto, una actividad realmente creativa? Como adelanto a la respuesta, sostuvo que la mirada de la sociedad argentina ve al artista despectivamente, como alguien que no trabaja propiamente sino que se gana la vida. Esto facilita que no se lo reconozca como un empleado y que el Estado se desentienda de su protección.

Finalmente, Ackerman planteó como una solución la posibilidad de que los artistas tengan garantizado un salario; si bien entendió que el régimen de jornada, vacaciones y accidentes tendría que regularse de una forma especial, y tal vez deba plasmarse en un estatuto propio.