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Año XII - Edición 223 05 de diciembre de 2013

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Irene Dab, sobreviviente. Bernhard Lichtenberg, justo entre las naciones. Deber de memoria después de Auschwitz

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Con la organización conjunta de la Cátedra Libre sobre Holocausto, Genocidio y Lucha contra la Discriminación y del Museo del Holocausto, el pasado 4 de noviembre se desarrolló en el Salón Azul la jornada “Irene Dab, sobreviviente. Bernhard Lichtenberg, justo entre las naciones. Deber de memoria después de Auschwitz”. La actividad contó con la presencia de Irene Dab, quien relató su experiencia y presentó su libro “Contar para vivir”, y de los profesores Gregorio Flax, Daniel Rafecas y Ricardo Rabinovich-Berkman.

El director del Departamento de Ciencias Sociales, profesor Ricardo Rabinovich-Berkman, resaltó la importancia de esta Cátedra Libre como un espacio de memoria útil para recordar la discriminación y las persecuciones que sufrieron distintos pueblos durante la historia. Recordó al beato Bernhard Lichtenberg, de cuyo fallecimiento se cumplieron 70 años, diciendo que “en él recordamos a todas las personas que tuvieron el coraje y la solidaridad de actuar contra el mal”. Prosiguió diciendo que “Lichtenberg ya tiene en su infancia la vivencia de ser minoría, ya que en su ciudad natal los católicos eran minoría. Luego de experimentar el horror de la guerra, se identifica profundamente con el pacifismo, desde donde actúa políticamente”. Luego describió la conflictiva relación entre este sacerdote y los nazis. En ese sentido, indicó que ya en 1931 se enfrentó con Joseph Goebbels por haber expuesto la película “Sin novedad en el frente”, de fuerte contenido pacifista. Más tarde, luego de la llegada de Hitler al poder y la instauración de las leyes raciales, Lichtenberg se opone, argumentando que el racismo es incompatible con el amor al prójimo. Fue el único sacerdote católico que se expresó de esta manera públicamente. Como resultado, fue apresado y deportado.

A continuación, tomó la palabra Irene Dab, quien contó su traumática experiencia en Polonia durante la Segunda Guerra Mundial. “Mi padre fue llevado a la cárcel por no usar un brazalete que fue impuesto para identificar a los judíos. Mientras tanto, se creó el Ghetto de Varsovia, a donde fuimos trasladados. Este barrio judío fue amurallado y no alcanzaba el lugar para la gran cantidad de personas. La higiene y la alimentación eran terribles, por lo que la vida allí era muy difícil. Venían muy frecuentemente patrullas de alemanes que realizaban fusilamientos y luego comenzaron a enviar personas a los campos de concentración”, recordó Dab.

Posteriormente relató cómo logró abandonar el Ghetto: “el barrio se encontraba en una situación pésima. En 1943, cuando tenía ocho años, mi padre, que milagrosamente había sido liberado, logró sacarme y comencé a vivir con una familia relacionada con organizaciones judías”. Dab contó también que durante ese año fue muy difícil abandonar Varsovia, ya que instigados por los rusos, los polacos comenzaron a luchar contra los alemanes en las calles de Varsovia. Mediante un salvoconducto que consiguió su madre adoptiva, pudo abandonar Varsovia a través del único puente que había quedado, instalándose en un pueblo. Allí, milagrosamente, encontró a sus padres biológicos y estuvieron largo tiempo hasta que los rusos liberaron Polonia. “Ese fue un día de gloria. Volvimos a Varsovia, que estaba casi totalmente destruida. Mi padre decidió que nos trasladáramos a un pueblo cercano a Danzig. Allí comencé a ir al colegio e iniciamos a una nueva vida. A través de la Cruz Roja, nos encontró un tío que se había ido a Argentina e hizo todo lo posible para que fuéramos allí. Mi padre quería que viajáramos legalmente, por lo que en primer lugar fuimos a Francia y allí el Consulado argentino nos otorgó las visas. Debimos llegar como católicos, lo cual era verificado”, expresó.

También contó que su familia adoptiva fue declarada “Justa entre las naciones”, título que designa a aquellas personas que sin ser de confesión judía prestaron ayuda a miembros de esta comunidad durante alguna persecución. “Esta historia está relatada en mi libro. Durante mucho tiempo yo no hablé de la guerra, pero luego me sentí motivada para contar mi historia y que las generaciones futuras conozcan este tipo de situaciones, ya que somos los últimos testimonios vivos”, finalizó.

A su turno, el profesor Daniel Rafecas estableció una relación entre ambas exposiciones y envió un contundente mensaje sobre la formación académica. En los dos casos es vital el papel que cumplieron aquellos que no fueron ni perpetradores ni víctimas. Es decir, es posible identificar tres roles diferentes: los colaboracionistas, los espectadores y los justos que, como la familia adoptiva y Lichtenberg, constituyeron una minoría. “Este aspecto debe ser volcado en esta Facultad. No solo debemos recordar a las víctimas, sino que tenemos el imperativo de formar ciudadanos que nunca más se conviertan en colaboracionistas o en espectadores”, subrayó.

En la etapa de las preguntas, Irene Dab resaltó que al ingresar a Argentina, si bien el Estado les exigía “ser católicos”, fue muy bien recibida por la comunidad en general. Aclaró que no hubo un pacto de silencio por parte de los sobrevivientes respecto de los horrores de la guerra, sino que debió pasar tiempo para que la gente comenzara a contar lo que habían vivido. Al ser consultada sobre la motivación para actuar de las personas que la ayudaron, dijo: “mi familia adoptiva me ayudó porque decían que era lo único que se podía hacer, no tenían otra opción. Realmente hubo gente que abdicó sus vidas para ayudar a otros”, manifestó.

El profesor Ricardo Rabinovich-Berkman, por su parte,describió la reacción argentina frente a las persecuciones. “No cabe la menor duda y nos duele que nuestro país haya cerrado sus puertas, con el argumento de que los judíos no son compatibles con el pueblo argentino. Los judíos son una anomalía, incrementar su cantidad chocaba con la cosmovisión presente en ese momento. Nunca más nuestro país debe cerrar sus puertas a nadie que esté siendo perseguido”, remarcó.

“Mi familia adoptiva me ayudó porque decían que era lo único se podía hacer, no tenían otra opción. Realmente hubo gente que abdicó a sus vidas para ayudar a otros.”, manifestó Irene Dab.