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Año X - Edición 179 14 de julio de 2011

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El Dr. Eugenio R. Zaffaroni presentó su obra “La palabra de los muertos”

  • Notas

El 23 de junio último se presentó en el Salón de Actos de la Facultad de Derecho la obra “La palabra de los muertos" de Eugenio R. Zaffaroni, Profesor Emérito de esta Casa y Ministro de la Corte Suprema de Justicia de la Nación. El evento contó con las intervenciones de Alejandro Alagia, Profesor Titular de esta Facultad, Marita Perceval, Profesora de Filosofía y Epistemología y Horacio González, Doctor en Ciencias Sociales y Director de la Biblioteca Nacional. La actividad estuvo organizada por la Asociación Latinoamericana de Derecho Penal y Criminología, Abogados por la Justicia Social y Movimiento de Profesionales para los Pueblos.

Alejandro Alagia, como primer disertante, explicó que la humanidad a lo largo de toda su historia fue testigo de reiterados sucesos barbáricos. A diferencia de lo pensado por los hombres de la ilustración, Sigmund Freud dejó de definir al hombre como un ser autónomo y racional. El padre del psicoanálisis fue más allá cuando dijo haber descubierto que el deseo de matar hace al ser humano, su predisposición a la realización de dichos sucesos barbáricos. Alagia sostiene que si queremos prevenir la pulsión del hombre por destruir, lo mejor que podemos hacer es no crear situaciones propiciatorias para que tales actos logren concretarse.

Quizás una de las más peligrosas combinaciones que sufre la humanidad es la que se forma entre aquella pulsión por destruir con el alimento espiritual de todo poder punitivo, sumado a la ilusión que una parte de la población tiene cuando se cree que algunos deben morir para que la sociedad subsista.

“Para prevenir atrocidades hay que dejar de creer en espejitos de colores, dejar de creer en ilusiones, […] tal vez no exista humanismo sin desconfianza”, aclaró el expositor.
La historia de la humanidad se la conoce cargada de atrocidades y despiadadas rivalidades. Documentos históricos recogidos por Zaffaroni confirman una sucesiva estigmatización a lo largo de los años de ciertos sectores de nuestra sociedad, tales como los esclavos, los siervos, las mujeres, las brujas, entre tantos otros. Cada época posee un documento persecutorio, y es allí donde el autor de la obra se ha detenido.

Por otro lado, Alagia anticipó al público presente que en la obra la pluma de Zaffaroni no se ha apartado de su llamada Teoría agnóstica o negativa de la pena como presupuesto de una política criminológica de tinte cautelar. Allí se decide por reconocer en la pena un obrar irracional y arbitrario que, por más que se lo proponga, no encuentra legitimación lógica alguna.

“En sociedades donde hombres y mujeres son clasificados y fuertemente verticalizados, cuando gobierno y poder van juntos la población tiene motivos para temer de la autoridad”, sostuvo el disertante.

Memoró aquellos trágicos sucesos vivenciados en la Argentina cuando la apatía y la resignación generalizada eran una norma común entre toda la comunidad. En este clima de época, los ciudadanos vistos como sujetos sometidos a la obediencia se decidieron por aquella acción que logra quebrar la lógica de las premisas hasta antes refugiadas en el ámbito de lo indiscutible.

Zaffaroni, introduce la criminología mediática, dedicando un espacio al estudio del modo en que la economía del castigo es promovida por los grandes medios de comunicación, verdaderos operadores -aunque no los únicos- de la administración del poder punitivo.

Concluyó su intervención señalando que el motivo que moviliza al autor a arrojarse a semejante desafío académico es el de intentar prevenir futuras motivaciones genocidas, sabiendo que las mismas son algo más que meros abusos de la ley o del derecho. Lo cierto es que en reiteradas ocasiones la constitución de la violencia fundadora no queda fuera del derecho sino que es parte de la ley.

Luego, Marita Perceval explicó que cuando hablamos de criminología se discute también el modelo de sociedad que deseamos integrar. Añadió que la neutralidad política en la criminología jamás ha existido, aún cuando algunos digan contar con su gracia.

En el ámbito de la criminología, se debate entre militarizar la pobreza para erradicarla, o trabajar por una sociedad más igualitaria a través de medidas económicas, políticas y sociales. Se debate también entre un estado gendarme o un estado de derecho, entre prisionizar a los Perceval definió como “pibes chorros” o a alentar la emancipación de éstos sobre el estigma con el que diariamente deben cargar. Otro debate hoy vigente es si al migrante se lo criminaliza o, por el contrario, se lo integra definitivamente a nuestra comunidad.

Por ello, todo gira en torno a “si al conflicto social lo vamos a reprimir o nos vamos a hacer cargo de una vez por todas de que la democracia es conflictividad, que la democracia se piensa una y otra vez”. Resolver dichos conflictos no consiste en tipificarlos, se requiere de un obrar aun más creativo.
Horacio González advirtió que “es un libro que se propone un público lector de características amplias, es una fuerte apuesta al lector de la sociedad, es un libro interno y externo a la Facultad”.

Según González, su gesto pedagógico con su modo ensayista convive con algunas características de manual. Dijo “es un momento transcendental para el derecho argentino”, siendo una tesis que descubre una nueva entidad: la criminología mediática, además de reflexiones sobre cómo se ejerce el poder punitivo en una sociedad y cómo incide la labor de los medios de comunicación en dicha actividad.

El último de los expositores fue el propio autor, Eugenio R. Zaffaroni, quien admitió: “Demoré tantos años por la tremenda desconfianza que siempre le he tenido a la criminología desde que me acerqué a ella”. A lo largo de la historia, se consolidó una criminología reduccionista que, en ocasiones, sumaba ciertos elementos biologicistas para evitar ser acusada de racista.

“Toda esta criminología, todas estas variables, venían del centro y nosotros estamos en los aledaños extramuros del centro del poder mundial”, expresó el autor. Así, se preguntó si era lo mismo el poder punitivo del centro que el de la periferia, sabiendo que el poder colonialista o neo-colonialista globalizante no ha logrado destruir del todo las especificidades propias de cada comunidad que importan sistemas penales diferentes.

Aún reconociendo variadas diferencias entre una criminología legitimante derivada del colonialismo y aquella criminología terriblemente crítica tributaria de los grandes relatos, cierto no deja de ser el hecho de que ninguna de estas se ocupó debidamente del delito más peligroso de todos. El genocidio, conocido como la masiva y aberrante aniquilación de un grupo poblacional determinado nunca parece haber merecido la atención por parte de la criminología. El generalizado exterminio a través de masacres orquestadas por el estado se ha cobrado entre 100 y 150 millones de vidas humanas, sin incluir aquellas derivadas de conflictos armados. Es el propio estado quien decide eliminar a los muertos haciendo desaparecer las estadísticas que registran sus defunciones. Muchas veces se dice difícil la determinación de los responsables por los muertos por genocidio, aquellos desaparecidos de la criminología. Bien podría resultar una abstracción jurídica responsabilizar al estado en su conjunto y no advertir la acción violatoria de derechos por parte de las distintas agencias del sistema penal o aquellas que eventualmente las reemplacen en sus funciones. Paradójicamente, es el poder masacrador masivo del estado quien justifica su accionar afirmando que su intención suprema es la de defender la vida. La GESTAPO del nacionalsocialismo y la KGB de la Unión Soviética son, según Zaffaroni, ejemplos más que elocuentes.

El principal obstáculo que enfrenta la criminología a la hora de incorporar en su objeto de estudio a las masacres y genocidios es su narcisismo. La legitimación se vuelve un desafío aún mayor con la incorporación de dichas masacres y genocidios, quedando más expuesto el hecho de que la criminología intrínsecamente no es aséptica ideológicamente, especialmente cuando se le busca función racional a la pena.

“Demoré tantos años por la tremenda desconfianza que siempre le he tenido a la criminología desde que me acerqué a ella”, expresó el autor.