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Año III - Edición 58 04 de noviembre de 2004

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Del filósofo rey a la realeza de la ley: Platón, la ley y el problema del gobernante

  • Notas

Anne Bartissol sostuvo toda su disertación sobre la siguiente hipótesis: a lo largo de los textos de Platón -al contrario de lo que muchos suponen- se ve un borramiento progresivo de la figura del político y del gobernante. Esto se visualiza en base a tres principios platónicos: 1) todo político, por más bueno que sea, corrompe el poder por naturaleza, 2) la entrega del poder a los filósofos (en este caso a Sócrates), 3) una polis construida bajo la forma de un entramado o una mixtura. Por otro lado, existe en Platón la idea de la navegación de salvataje como aquello que nos permite protegernos de la desbordada realidad descubierta. En este caso, la ley es la navegación de salvataje. Primero porque la ética, como protección de uno mismo por uno mismo, es imposible para todos; la ley como ética sirve para muy pocos. Segundo, no podemos confiar en el hombre político por más bueno que sea porque siempre se va a transformar en un tirano.

En La República se ve cómo para Platón el deseo humano siempre desborda al acto; para los griegos el deseo es desmesurado por esencia. De ahí la necesidad de una gestión individual del deseo (la ética) o de una gestión colectiva del deseo privado (la ley, la política). En el mismo texto se trata de definir qué es la justicia y se intenta hacer para ello un paralelo entre el alma justa y la polis justa. La justicia será definida como una armonía y como una filia o amor al orden. La ciudad justa será aquella que pertenezca a los intelectuales, quienes deberán formarla para luego gobernarla. También estarán los guardianes (el corazón –coraje- protector) y los promotores del deseo (los artesanos). En esa idea de armonía entre el alma justa y la polis justa, donde el corazón actúa como mediador, el poder debe ser otorgado a los intelectuales.

¿Por qué a los intelectuales? Porque ellos conocen la dialéctica y a través de ella pueden darle a cada cosa un significado justo. El dialéctico no es un iluminado que contempla el mundo desde el exterior, sino que es quien debe inventar un logos (lenguaje) para darle razonabilidad a las cosas. Por lo tanto el filósofo debe trabajar sobre el discurso. Así, debe introducirse mediante la ley en las prácticas humanas para dar curso real a ese orden del cosmos. De ese modo, toda actividad teórica debe terminar en una actividad práctica, es decir que el orden físico del cosmos debe descender a los humanos. De esa manera, encuentra total legitimidad al otorgar el poder a los filósofos.

Cuando Platón habla de la educación de los guardianes (el corazón, la valentía), allí él utiliza la imagen de un tejido o un entramado formado mediante una selección de aquellos que son iguales entre los diferentes, de manera de generar un equilibrio donde el igual va atrayendo al igual. En tiempo de Cronos, el político se encargaba de cuidar a los hombres como si fueran un rebaño. Ahora, los hombres deben gobernarse a sí mismos a través de la política. Para Platón el político ya no va a tener sólo que cuidar a los hombres sino controlar los temperamentos, y tejer el entramado de la polis con hilos de carne y con hilos de trama. Una vez que el gobernante logra conformar ese entramado, el político se borra detrás de esa sociedad que ha creado. Estamos entonces frente a la obligación de pensar una sociedad civil que se mantiene por sí misma a través de una politheia fuerte como constitución. Así, ya no se necesitaría del entramador sino que Sócrates sería tan sólo el creador.

Pero el texto es aún más interesante porque Platón plantea que los hombres en el gobierno deben imitar a los dioses. Aquí dos escuelas interpretativas se oponen totalmente. Por un lado una de tipo cristianizante, para la cual la política pierde razón de ser porque en tiempos de Cronos los hombres no tenían la necesidad de la política. La segunda lectura, sostenida por Maimónides, dice que imitar a los dioses significa hacer lo que hacen los dioses como un mimo. Los dioses lo que hacen es poner el límite a lo ilimitado; si el deseo es ilimitado hay que medirlo con algo que tiene que ver con el intelecto. Entonces el político en Platón debe imitar a los dioses, gobernar con el fin  de crear lo mixto. Siempre se trata de la misma secuencia: por un lado lo ilimitado, por el otro los límites, y el político debiendo crear una mixtura, un entramado. Por tanto, la función del político en Platón es la de gobernar el deseo ilimitado de los hombres a través de una herramienta intelectual: la ley. El político tiene como característica el poder para atrapar la justeza de las cosas e imprimir esa justa medida en la ley. Platón no va a ser un romántico nostálgico, sino que su fin es que algún día la sociedad deje de esperar a Cronos.

En realidad, en Platón el hombre no es el verdadero gobernante sino la racionalidad pura de un enunciado legislativo; en definitiva, si entregamos el poder a las leyes no se lo estaremos entregando a nadie. Para Platón se trata de pensar en un poder tan poco humano como sea posible. Es decir, el filósofo no es más rey, sino que se transforma en aquel que se pone al servicio de la formulación de la ley. De alguna manera salimos de la tragedia griega donde se enfocaba el crimen en el hombre, para hablar ahora de una ley que juzga el acto criminal y no al hombre. “La ley sólo es justa en la medida en que se vuelve inhumana”, que no repara en las singularidades. A quien se daña es a la ley, no a la víctima; a la que hay que indemnizar es a la ley, no a la víctima. Esa es la única forma de que exista justicia. Pero para ello es necesario abstraernos de lo humano, devenir en dialéctica creadora del lenguaje de la ley. Es entonces el filósofo el que crea ese lenguaje-preámbulo de la necesidad de la ley. Para Platón hay que convencer a cada persona de que es necesaria la existencia de la ley, de la limitación de nuestros deseos. No se trata de una conversión de la voluntad sino de la conversión del intelecto. El preámbulo es el que deberá llegar a cada persona. A través de la ley como preámbulo, cada uno podrá recrear su ética. El sabio gobierna para hacer llegar a cada persona a través de la ley la propia inteligencia. Entonces ya no habrá que confiar en el intelecto de algunos, sino que tendremos la ley como el ojo que nos permita ver el verdadero bien. El bien individual será siempre compatible con el bien colectivo. La ley nos hará creer que tenemos propia mirada, pero en realidad será siempre ella nuestra mirada. La ley entonces, es a la vez amor –filiación-, y logra protegerse a sí misma de modo que llega al punto de ya no temer a ningún tirano, puesto que ya no habrá nunca más nadie en el poder. Algo que se ama a sí mismo y se cuida a sí mismo, es algo que deviene eterno. Así se logra que la ciudad, la polis, se convierta al igual que los astros, en un ser viviente y eterno.