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Año VI - Edición 107 14 de junio de 2007

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Con Arte y con parte - El jardín maternal de la Facultad cumple 10 años

  • Notas

Hay un tiempo vital de la vida humana que tradicionalmente en nuestra cultura transcurrió abrigado por la intimidad familiar; hubo un tiempo histórico en que las familias sostenían a sus hijos pequeños en el restringido núcleo del ámbito del hogar casi con exclusividad. Asistimos ahora a un tiempo nuevo, aunque algunas marcas permanecen: tiempo de fragilidad estructural para el niño pequeño, que sigue llegando al mundo en la misma condición de dependencia de antaño; tiempo de fragilidad histórica para la crianza, que ya no necesariamente puede ser sostenida en la intimidad del círculo familiar, porque la vida actual de los adultos sí se ha transformado sustancialmente. En esa delicada coyuntura, el jardín maternal de la Facultad de Derecho desarrolla su actividad desde el año 1997.

Acompañar la crianza de bebés y niños pequeños implica un intenso trabajo compartido con las familias. Pensar y sostener a un niño pequeño es un ejercicio artesanal muy comprometido. En esas experiencias vinculares de los primeros años de vida se gestan las herramientas subjetivas propias que cada uno necesita para incorporarse a la cultura y luego apropiársela, para construir capacidad afectiva, para aprender, para hacerse fuerte y ganar autonomía.

¿Cómo pensamos a cada niño? ¿Cómo sostenemos en el jardín? En principio, tratando de construir una matriz de apoyo para cada madre, padre o familia que delega en nosotros ese recorte de vida de su hijo pequeño. Apoyar quiere decir, desde nuestro punto de vista, ofrecernos como sostén, tanto físico y temporal (la mayoría de los chicos está siete horas por día en el jardín), como afectivo y de pensamiento. Si un padre o una madre tiene mucho menos tiempo para compartir con su hijo, también tiene menos tiempo para observarlo, para pensarlo, para jugar. Nuestra tarea de apoyo es entonces complementaria de los cuidados y la atención de los padres. Apoyamos física y mentalmente el sostén familiar de los niños pequeños, a través del acompañamiento de aquellas cosas más cotidianas que hacen a su crecimiento, como así también de las posibilidades de juego y aprendizaje, desde un punto de vista en el que la creatividad es el medio y el objetivo.

Para desarrollar esa capacidad creativa de los chicos, sostenemos un Proyecto de educación artística que atraviesa todas las actividades que nos proponemos. La música, la plástica, la literatura, la expresión corporal, el teatro, los títeres, están presentes desde el primer día, y podríamos compartir infinitas situaciones que nos muestran el enorme despliegue imaginativo e inteligente que nuestros chicos realizan a través de sus juegos. Son lectores apasionados, oidores musicales muy hábiles, cantores perseverantes, grandes investigadores; pintan, descubren las obras de artistas, dialogan, hacen del lenguaje una herramienta de comunicación y de creación poética.

Toda esta experiencia estética es nodal en nuestro trabajo cotidiano (por eso para celebrar el décimo cumpleaños del Jardín organizamos el Primer Gran Concierto para niños abierto a toda la comunidad, el domingo pasado). También son nodales los vínculos y la vida grupal. Si tenemos en cuenta que el jardín recibe niños de 45 días a 3 años de edad, pensar las exigencias que la vida grupal temprana les implica -a diferencia de la semi-exclusividad que da la vida familiar- se nos vuelve un imperativo. Por eso nuestros grupos de niños son reducidos, y los docentes a cargo construyen vínculos estrechos con ellos. La propia estructura de un bebé o niño pequeño hace que su demanda sea alta. Obviar esa demanda, demorar la repuesta, tiene altos costos en la vida mental y afectiva de un bebé; de allí la importancia de un vínculo profundo, el acceso a la ternura, la mirada personalizada, que sólo pueden constituirse en la intimidad de un número reducido de niños. Pero lo grupal, si hay cuidado por las individualidades, no es sólo costo; también puede ser ganancia. En grupo se aprenden las diferencias, en grupo se aprende a convivir, a relacionarse con los otros como semejantes, a compartir, a pensar. El grupo enriquece las individualidades, aporta ideas, transforma el juego. Algo de eso dicen estos niños también.

A lo largo de diez años de historia hemos acompañado a muchos chicos, cerca de 80 en cada ciclo lectivo, y otras tantas familias. Este tiempo fue y es para el equipo del jardín un tiempo de pensamiento permanente, de búsqueda, de investigación, de encuentro. Vivimos tiempos complejos, donde la capacidad de cuidar se ve deteriorada por la vorágine, por la dispersión que provoca el exceso de ocupaciones, de contingencias. Allí la posición ética de las instituciones que trabajan con niños pequeños se vuelve radical. La ética del cuidado, la ética del sostén, la ética de pensar a cada niño en su singularidad, la ética que se juega en las oportunidades de aprendizaje y vínculo que decidimos ofrecer y sostener.

Diez años es un tiempo interesante como para evaluar procesos. Para quienes construimos la tarea del jardín maternal de la Facultad, estos años han significado mucho, tanto desde el Proyecto institucional en sí mismo, como desde la llegada a la comunidad. Lo hicimos con esmero, con paciencia, con afecto, con pensamiento, con tenacidad. Nuestro esfuerzo sigue disponible y los desafíos se multiplican. Aquí, en esta realidad que nos nuclea, nos disponemos para seguir construyendo comunitariamente una buena cultura de la infancia.


Derecho al Día agradece a María Emilia López y Laura Soto por la redacción de esta nota.