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Año V - Edición 89 29 de junio de 2006

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Ciencia y Democracia

  • Notas

Fueron tal vez los griegos los primeros en advertir la relación estrecha que ligaba al mundo de la política con las esferas de las artes y el conocimiento. Ya en el siglo XX quizás haya sido la demostración más cabal de aquella vinculación. En torno a esta discusión, el Departamento de Filosofía del Derecho de nuestra Facultad invitó al Dr. José Rolando Chirico —miembro de Asociación Argentina de Filosofía del Derecho— para que compartiera algunas ideas sobre “Ciencia y Democracia” y poder así continuar con el debate.

Chirico apuntó rápidamente al carácter fuertemente ideológico que impera en este tipo de temas, de modo que las conclusiones a las que puedan arribarse dependerán en gran parte de la convicción que cada uno tenga políticamente. Por tanto, nuestro disertante aclaró antes de comenzar cuál era su objetivo en todo esto: “defender la idea de la democracia como sistema político” y reforzar la idea de democracia en aquellos que creen en ella.

A partir de allí, su exposición tuvo como fin la comparación entre los sistemas democráticos y autocráticos a través de la ciencia que ambos generan mientras funcionan. Comenzó entonces dando una definición de democracia que resultara más o menos acorde a los tiempos modernos. Partió de la concepción de Hans Kelsen y Alf Ross para quienes la democracia se podía sintetizar como “un método político de creación de normas”; un método autónomo, donde los que están sometidos a esas normas participan, en algún grado, en el proceso de creación de aquéllas. 

Así, Chirico descartó algunas fórmulas clásicas y populares sobre el punto. Para él la idea aritmética de la decisión de las mayorías no parece ser muy satisfactoria, dado que llevada al extremo podría conducir a una hegemonía totalizadora. Tampoco lo satisface la afirmación de que la democracia sea el gobierno de la razón, puesto que además que ésta ya ha demostrado sus propios límites, lo cierto es que las motivaciones o razones que conducen a cada uno terminan por ser subjetivas y pueden conducir a arbitrariedades.

A nuestro orador le gusta más la idea de una libre discusión, a la cual adujo tres consecuencias necesarias. En primer lugar, el imprescindible desarrollo de un compromiso de gobernabilidad, a partir del cual la mayoría contemple las opiniones minoritarias (lo contrario llevaría a una radicalización de las minorías que, al tomar el poder en algún momento, se encargará de borrar todo lo anterior) y así evite un comportamiento institucional oscilante.

La segunda consecuencia derivada de la libre discusión es la existencia incondicional de una opinión pública que dinamice el juego político. Y la tercera consecuencia, lógicamente derivada, es el desarrollo del sentido crítico de esa opinión pública; la idea de un ciudadano maduro, interesado en el consenso y proclive a la instrucción. Como diría la psiquiatría clásica, la libertad se refleja en la conciencia de la propia necesidad.

Del otro lado, la autocracia es por definición el gobierno de una minoría, generalmente calificada. Obviamente, allí no rige un principio mayoritario, sino la imposición autoritaria de las ideas, a través del miedo y el terror de la población. Lo que existe en este caso es un profundo deseo de dominación y de sometimiento. Contrariamente a los sistemas democráticos, aquí se instala, o se procura instalar, un pensamiento uniforme y simplista, poco criticable en sus fundamentos.

La relación con la ciencia se presenta entonces con diferencias altamente marcadas. Según explicó Chirico, el sistema democrático genera una ciencia —o epistemología—de tipo popperiana. Es decir, un sistema de conocimiento donde, a través de la inducción de múltiples casos particulares, se puede llegar a una hipótesis, pero ésta sólo sobrevive como conjetura —como probabilidad— hasta que aparezca un caso falsificador que haga surgir nuevas conclusiones más aproximadas. Este método, decía Popper, sólo podía funcionar bien en las ciencias naturales, pero no era aplicable a las ciencias sociales o humanas puesto que en ellas no podía regir el principio de uniformidad.

En la autocracia, por el contrario, lo que hay es una supervisión científica. A través de ella, el Estado se erige en investigador utilizando como instrumento y muestra de observación a los propios individuos, de manera que los objetiviza. En las ciencias sociales tiende a uniformarse el pensamiento en fórmulas canonizadas (oficiales) que se construyen sobre la base de conclusiones metafísicas imposibles de comprobación empírica (como la herencia divina, la fuerza del destino, la superioridad racial, etc.).

Queda claro finalmente para el Dr. Chirico que, desde un punto de vista científico, la democracia es ante todo un sistema esencialmente perfectible y, como tal, nunca acabado. No obstante, al igual que para Ross, Fromm, Popper y tantos otros, después de todo, es al menos un sistema preferible que debemos defender.

La conferencia continuó en debate con el público presente.