42 Versos a la Facultad de Derecho
La Facultad de Derecho es una casa vieja,
la trajeron sin duda de Lovaina o de Lieja
una tarde fría y otoñal
y en la ciudad ruidosa
fue un asombro ojival.
En su torre doliente como un sueño inconcluso
dialogaron las noches porteñas y los vientos,
con silbido de jarcias
y con lamentos de gatos lunáticos y difusos.
Y una luna bohemia que se alzó en una esquina,
esquinita perdida del arrabal,
caloteó dos palomas en Puente Alsina
y las tiró en su ventanal.
Palomas proletarias hicieron nido
con los ladrillos,
igual que en las iglesias de las aldeas,
igual que en los techados del conventillo.
Y la extranjera consistorial
ensayó un paso en la cuerda floja de la ilusión,
cuando la plateada gayeta merinera con corazón de pan
le tiró las monedas de su amor.
Y en la resurrección sensiblera
le brotó un corazón
que en diástoles de huelga
y en sístoles de gritas
efectúa la cardiaca revolución.
Corazón que práctica la leyenda hipocrática de dormir a la izquierda,
hecho con las estrías de cien muchachos locos que sueñan con la paz
y que hacen la simbiosis pampeanamente rara
de Yrigoyen y Marx.
Corazón que con Rosas hubiera sido prófugo,
con Monteagudo declamador,
con Moreno levantado como un picacho andino
y acólito de Jean Jacques Rousseau.
Pero está cerca el día de los tejidos grasos,
el día de la buena ración,
cuando se vuelen las palomas y se detenga el corazón.
Entonces esa luna del arrabal
quedará en el cielo del almacén
y la extranjera fría, ojival
volverá a ser un asombro municipal.
Que así no sea.
Amén.
Homero Manzi