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Año VII - Edición 133 30 de octubre de 2008

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Distinción “Reforma Universitaria de 1918” de la Universidad Nacional de Tucumán al Decano Alterini

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El 9 de octubre el Decano de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, Dr. Atilio A. Alterini recibió la distinción “Reforma Universitaria de 1918” instituida por el Rectorado de la Universidad Nacional de Tucumán, “en reconocimiento a su compromiso con la vigencia de los principios reformistas en las universidades públicas de nuestro país y de Latinoamérica”.

En el acto de entrega, el Dr. Alterini agradeció el reconocimiento otorgado y recordó los graves ataques públicos que recibió dos años atrás “por pertenecer al reformismo y por haber sido elegido por el reformismo de la Universidad de Buenos Aires para encabezarla como Rector”.

A continuación, se refirió a lo que la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) denomina “sociedad del saber”, que está implantada en tiempos de postmodernidad, los cuales -agregó- se identifican con tiempos de narcisismo expresando, entre otros conceptos, que lamentablemente la actual sociedad “del saber” tiene como modelo al Hombre-Narciso, al que debemos procurar desplazar, reemplazándolo por el modelo deseable. Este, afirmó, “es el de Prometeo, que desafió a Zeus y trajo a la tierra el fuego del cielo, desencadenando el progreso de la humanidad; o el de Sísifo, que debía hacer rodar sin cesar una roca hasta la cumbre de una montaña, desde donde su propio peso siempre la hacía caer”. En tal sentido, opinó que, con estudiantes que tengan el fuego de Prometeo y la tenacidad de Sísifo podremos hacer, entre todos y con todos, la gran universidad que espera y exige nuestra República.

Luego señaló la recurrente aparición de discrepancias sobre cuál es la incumbencia funcional de la universidad. Así, recordó que, a comienzos de 1960, escuchó a Rodolfo Mondolfo enseñar que las universidades tienen dos misiones fundamentales: ser centros de cultura superior y ser escuelas de formación de profesionales. “Y así sucede desde hace casi mil años, cuando se fundó la más antigua del mundo, la Universidad de Bolonia”, sintetizó. Asimismo, estimó que no resulta válido repudiar a todo lo que requiere el mercado, porque de ese modo se confina a las universidades a la única función de enseñanza e investigación, pasando por alto el rol de formación profesional.

Por otra parte, deploró el enfático reclamo proveniente desde las denominadas ciencias duras, relativo a que la universidad se dedique a la ciencia del laboratorio y no a la enseñanza en aulas con tiza y pizarrón. A tal respecto, argumentó que, si bien se lo hace arguyendo bases científicas, la pretensión suele disimular una puja presupuestaria. “El desconcepto ha llevado a alguien que pertenece a ese sector y en el año 2006 fue un efímero candidato a Rector de la UBA carente de votos, a pretender que ‘los cargos más altos de la política deben ser llevados adelante por gente que no provenga ni de la política profesional ni de la abogacía, sino que tenga una formación científica’”, declaró consecuentemente. Como respuesta a lo que calificó como “generalizados exabruptos”, evocó las conclusiones de la Conferencia Mundial sobre Ciencia para el Siglo XXI: Un nuevo Compromiso, que propugna asignar a las ciencias sociales una función prevalente en el análisis de las transformaciones relacionadas con la evolución científica y tecnológica y en la búsqueda de soluciones a los problemas que ese proceso provoca.

En idéntica tesitura, aseveró que es tiempo de darse cuenta del error señalado por Jorge Vanossi de creer que “lo que no pertenece a la naturaleza no es ciencia”, pues no hay ciencias duras o ciencias blandas en los términos de una presunta antinomia. También abogó por advertir la relevancia de que, en la comprensión de los fenómenos, las ciencias sociales no se limitan a la relación causa-efecto proveniente de la observación, sino que agregan una explicación valorativa de la relación medios-fines, que ni los cientificistas ni los tecnócratas consideran en su discurso o en su acción. En consecuencia, estimó imperioso que cientificistas y tecnócratas atiendan la prevención de Cicerón: “La ciencia que se aparta de la justicia, más que ciencia debe llamarse astucia”.

Para concluir en lo atinente a este aspecto de su exposición, reiteró su convicción relativa a que la Universidad se recuperará a sí misma cuando antes bien que ser un ámbito dedicado a ocuparse de los problemas de los teóricos se convierta en un ámbito nutrido por pensadores, destinado a ocuparse de los problemas de los hombres. “Buscar la verdad, proclamarla, estimular para que sea guía de acción, debe ser empeño de juristas, pero también de filósofos, de sociólogos, de moralistas, de economistas sin economicismos, de políticos y, sobre todo, de quienes estén fuertemente comprometidos con la condición humana y con su eje en la dignidad, porque dignus es lo valioso”, sintetizó.

En otro orden de ideas, reflexionó acerca de qué es ser reformista, respecto a lo cual entendió que implica postular la calidad y la excelencia de la enseñanza universitaria; defender el ingreso estudiantil irrestricto y la gratuidad, que conciernen al derecho constitucional “de aprender” que consagra la Constitución Nacional como aspecto del imperativo de procurar el “desarrollo humano”, en lo cual coincide con la Declaración Universal de Derechos Humanos de Nueva York (1948), la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre de Bogotá (1948) y el Pacto de Derechos Económicos Sociales y Culturales de la Organización de las Naciones Unidas de Nueva York (1966). Asimismo, aseguró que ser reformista es defender la laicidad de la enseñanza pública, el pluralismo de ideas, la libertad académica, así como también es garantizar la más amplia libertad de investigación y de expresión, con absoluta neutralidad en materia ideológica, política y religiosa. Además, opinó que ser reformista es preservar el cogobierno democrático, representativo, participativo y tripartito de profesores, estudiantes y graduados; es sostener la centralidad de lo universitario en las relaciones con la sociedad, para contribuir al progreso de la Nación; es alentar la extensión universitaria, porque la universidad debe participar en la solución de los problemas sociales, económicos y políticos, así como en la organización de campañas permanentes de divulgación de las ciencias y la cultura, dirigidas en especial a los sectores sociales marginados de la enseñanza universitaria; es procurar ayuda social para los estudiantes; es proveer un sistema diferencial de las distintas universidades públicas que responda a los factores sociales que condicionan su vida y sus fines. “Es, en fin, exigir que se cumpla la Constitución Nacional y se respeten la autonomía y la autarquía universitarias, complementadas necesariamente con la suficiencia de los recursos públicos”, manifestó concluyentemente.

Hacia el final de su exposición, llamó a proteger a la reforma de los enemigos de afuera y de los enemigos de adentro, a los cuales calificó, en consonancia con las palabras de Alejandro Korn, como los más peligrosos. De tal manera, evocó un graffitti estampado en la Sorbona en mayo de 1968, que decía: “Atención: los arribistas y los ambiciosos pueden disfrazarse adoptando una máscara «socialistoide»”. En consecuencia, expresó que, aunque algunos vociferen reformismo, desplieguen y enarbolen pancartas, empuñen palos y arrojen piedras, “ni creen en el gobierno representativo tripartito, ni hacen nada útil por la calidad de la enseñanza, a la que antes bien degradan”, motivo por el cual el dicho popular les es plenamente aplicable: “cuanto más conservadoras son las ideas, más revolucionarios son los discursos”.

Finalmente, recomendó a esas personas escuchar a Norberto Bobbio, quien indicó: “he aprendido a respetar las ideas de otros, a detenerme ante el secreto de toda conciencia, a comprender antes de discutir, a discutir antes de condenar. Y por eso detesto a los fanáticos con toda el alma”.